sábado, 31 de julio de 2010

Poemas Prójimos. Nota

Poemas Prójimos es una invención reciente, y ensaya, quizá sin fortuna, ese destino de muchas invenciones, si no de todas, por el cual escapan a la voluntad del autor y, o bien no llegan a ser poemas -les falta esa pizca de no sé qué-, o bien son algo más que poemas, les sobra filosofía o moraleja o algún otro modo de la pesadez. Por supuesto, están bajo la admonición de Miguel Hernández y aspiran a formar parte del "Gran Todo de la Nada de los Casis".

Poemas Prójimos I

Tan lejos y tan cerca del poema.
Tan lejos de saber exactamente
Lo que sería el mundo sin la mente.
Tan cerca de ignorar ese problema

Y encerrarse en la nada del poema
Donde pueden calzar exactamente
Mente y mundo, y su espejo: mundo y mente,
Porque sólo hay palabras. El problema

Persiste. No adelanta la mudez
Del mundo solución, aunque tal vez

En el silencio inmóvil acontece
Cierta visión certera de las cosas,
Frágil acaso, música de rosas
Que sabe lo que ignora y apetece.


Poemas Prójimos II

Delgada apenas lámina separa
Mundo de ser de mundo de no ser.
Imita de ese modo todo ver
Y oculta distinción de voz y cara.

No tiene parecer. No se separa
Con engañoso gesto de su ser.
No hay voz para palpar, tez para ver.
Se ve clara su voz. Se oye su cara.

Pero palabra siempre por sí misma
Busca sin encontrar y al fin se abisma

De este lado o de aquel: nunca en la flor.
Tan poco, tan escaso lo que falta.
Yerra por baja cuando no por alta,
Aunque es la luz, la sombra y el color.

Poemas Prójimos III

Ya poeta perdido en laberinto
De vocablos perdidos, sin un mapa
Para buscar con método, se escapa
De cada incertidumbre por instinto,

Es decir, por azar. El laberinto
Finge a veces desorden, como un mapa
De ser todo no ser, y sólo escapa
En atávicas alas del instinto

Que algunos llaman fe y algunos arte.
Pero tampoco es todo, sino parte

De un enredo mayor: el universo.
Fuente o bien de placer o bien de espanto:
No tiene consistencia para canto
Y le sobra substancia para verso.

Poemas Prójimos IV

Ríes porque no alcanzo lo que alcanzo.
Menudencia menuda, casi broma
De quien se siente a salvo y no se asoma
Al vértigo de ver que mientras danzo

Me elevo para asir lo que no alcanzo.
Es menos que ilusión, menos que broma,
Simplemente el mirar de quien se asoma
Tan alto como puedo mientras danzo.

Está bien, ya te entiendo, siempre caigo
De nuevo, tal vez mal, pero no arraigo.

Digo: no todavía. Si no un vuelo
Por lo menos un salto más me queda
Para llegar tan alto como pueda.
Tierra a tierra. ¡¿Qué digo?! Cielo a cielo.

Poemas Prójimos V

Tampoco he sido nunca muy profundo
Y jamás he llegado muy abajo:
De lirios en delirios más bien ajo
Que azucena rampante sobre el mundo.

Puedo ser ingenioso, no profundo.
¿Y quién sabe si hay algo más abajo?
El sabor provenzal lo ponen ajo
Y perejil: lo sabe todo el mundo

Y alimenta mi dicha y mi cocina.
Más hondo no me meto. Mi vecina

Aprecia poco grandes inmersiones:
¿Qué ha de haber más allá de más allá
Que no haya más acá de más acá?
Esa no es una de mis obsesiones.


Poemas Prójimos VI

Profundidad y altura: superficie
Que se desplaza rápida y no baja
Ni sube más que ella, pero encaja
Razones y pasiones de molicie.

Inmóvil no hay ninguna superficie.
Superficie: no sube cuando baja
Ni baja cuando sube donde encaja
Profundidad y altura con molicie.

Los costados también son inmortales
Y también imposibles y fatales.

Quedan para lucir epifanías
Que salen desde arcanos al encuentro
De aquello que querrían llamar centro
Y está hecho de azares y agonías.

Poemas Prójimos VII

Más o menos es casi siempre más.
Exagerada hipérbole cohíbe
Más que discreta elipse. Se prescribe
Menos más y más menos: ras a ras,

Para que así produzca menos más.
Pero es menos de menos y cohíbe
Resultado preciso que prescribe
Difuso más o menos nunca al ras.

Por lo tanto el poema nunca es hecho.
De mucha actividad poco provecho

Se obtiene y no por ello se detiene.
Su busca indefinida continúa.
Minuciosa y sagaz y audaz actúa
Cerca de ese lugar a donde viene.

Poemas prójimos VIII

Procede, por lo tanto, sin efecto
A pesar de tener rasgos de causa.
Tal vez sea su transcurso sólo pausa,
No vínculo indirecto ni directo

Entre dos o más tópicos. Efecto
No produce jamás falta de causa.
Y no hay razón tampoco para pausa.
A lo mejor es símbolo directo

Del azar: solución paradoja
Que en confusión caótica se arroja

Con sombras sin razón en las palabras:
No distingue comedia de tragedia
Y con rituales cómicos asedia
El gemido vicario de las cabras.


Poemas Prójimos IX

Destinado su ser a no ser ser
Porque no hay arquetipo de poema,
Queda fuera de sí como un emblema
De su excentricidad. Falta de haber

Manera o modo propio de no ser
Sugiere la inminencia del poema.
La bandera de Glasgow es su emblema
Y ostenta don simpático: no haber.

Lo que más hay, por tanto, se acostumbra:
Sombra que oscurece y luz que alumbra,

Porque la sombra es sombra cuando es sombra
Y la luz no la toca ni ilumina.
Y la sombra a la luz no determina.
Pero vienen las dos si una se nombra.

Poemas Prójimos X

De lejos exhalaba perfecciones
O sola perfección de ser verdad
Unánime y certera. Necedad
De sacar apuradas conclusiones

A partir de intangibles perfecciones.
Lejana parecía la verdad
Tan bella como buena. Necedad.
Hay otras, necesarias, conclusiones.

De cerca, en cambio, no parece cierto
Y se disgrega en voces sin concierto

Y no atina con bien ni con belleza.
A lo sumo, mantiene la distancia
Y con menos locura que elegancia
Disuelve la ilusión y la certeza.

Poemas Prójimos XI

La falta de razón también existe:
A veces objetiva, subjetiva
Otras veces. Azar siempre deriva
Hacia el amplio camino del despiste:

Ilusión o certeza de que existe
Posición para nada subjetiva;
Oxímoron, figura que deriva
De una contradicción; mero despiste

De la segura vía de la ciencia.
O más grave quizás: evanescencia

De toda solidez en argumento
Que se tiene por sólido de facto,
Y es a penas falacia puesta en acto
Por gesto tan sutil como violento.


Poemas Prójimos XII

Cuando sepa que sabe que no sabe
En qué consiste límite asintótico,
Inalcanzable, próximo y despótico,
Tendrá todo el saber, y eso no cabe

Porque incluye saber lo que no sabe.
Suma entonces, trasciende lo asintótico
Y burlado por gesto tan despótico
El Poema es la busca que no cabe.

Tentativas, ensayos, conjeturas
Poéticas y tropos y figuras

Retóricas no alcanzan Su destino
O bien lo sobrepasan. La quimera
Y la esfinge se funden; desespera:
La primera se fue. La otra no vino.

Poemas Prójimos XIII

Ausencia de una Mónada de mónadas
Que supere y resuma el universo
Y dé razón de ser a cada verso.
Presencia del instinto de las gónadas

Que infatigables multiplican mónadas
En variadas especies de universo
Sin detener su paso en ningún verso.
Mero caos de mónadas y gónadas,

De intercambiables letras contingentes,
Todas ellas, por tanto, diferentes

Unas de otras. Sin causa ni motivo
Diagonal las asumo difundidas
Y por ninguna fórmula aprendidas,
Aparte del azar, torpe y esquivo.

Poemas Prójimos XIV

Excéntrico de mí, de ti, de sí.
Excéntrico, quizás, de todo sol
Cuyos pasos erráticos, sin rol
Aparente por el mundo seguí

Con falta de razones, porque sí
Sin llegar a ser satélite ni sol.
Ninguno de los dos en ningún rol.
También para seguir no lo seguí.

Pero estaba y está como un espejo,
¿Cuál el original?¿Cuál el reflejo?

Tal vez en rededor no haya planetas
Ni cielo ni candor paradisíaco
Ni siquiera un rumor afrodisíaco
Parecido al poema ni poetas.

Poemas Prójimos XV

Exactamente igual a casi nada.
Exactamente igual a casi ser.
Balance en el haber con el deber
Y la causa perdida con la hallada.

Igual en el decir todo que nada
Porque no es ser de ser ni de no ser
Y está siempre cumplido su deber
Aunque nunca su acción de por hallada.

Queda en el potencial o el subjuntivo
Y sería si fuera tentativo,

Pero no llega a ser o sobrepasa
Su límite y medida. Vagabundo
De andar apenas móvil por el mundo
Reposa casi inmóvil en su casa.

Poemas Prójimos XVI

Nadie sabe quién es y nadie es
Quién dice ser o cree ser. Ninguna
Palabra ni concepto aprende una
Individualidad. Antes y después

De decir o saber se da quién es
Sin saber ni decir y no hay ninguna
Manera de poner aquello en una
Palabra o una frase que después

No sepa o diga más de otro u otros
(Cualquiera de nosotros o vosotros)

Que del único y solo que se ignora
Y calla su ser y no ser y existe
Aparte de las máscaras que viste
Y que son todo lo que sabe y ora.


Poemas Prójimos XVII

Si hubiese un movimiento imperceptible,
¿Quién podría saber si algo se mueve?
¿Quién podría decir que ahora llueve
Y volver lo que dice inteligible

Si lloviera de modo imperceptible?
El movimiento es algo que se mueve:
Vista, tacto y oído cuando llueve
Hacen la voz 'llover' inteligible.

Hay tal vez movimiento dulce y suave
Que promete quietud en vuelo y ave

Y dice no poder ser percibido,
Pero es sólo un engaño, una figura
Para esa suavidad y esa dulzura
Que no quieren llegar a ser olvido.

Poemas Prójimos XVIII

Resabio de memoria por olvido
Y resabio de olvido por memoria;
Apenas vislumbrada pena o gloria
Y ninguna certeza de haber sido.

Dice casi no ser su ser olvido
Y dice casi ser su ser memoria.
Acaso no fue pena ni fue gloria
Y es ser lo que no fue no ser lo sido.

Ah, pequeñas injurias sin efecto
Y grandiosos sucesos con defecto:

Puede ser ser de más por ser de menos
Y ser menos por más en otro caso.
Así llegan silencios paso a paso
A ser más elocuentes y más plenos.

Poema Prójimos XIX

Revelación a medias por el medio
Que ningún fin o término consuma
Y se deshace en sombras y en espuma
Y aumenta los depósitos de tedio.

Ocultación de todo medio a medio
Porque nada del todo se consuma
Y disemina símbolos de espuma,
Apenas expresión de gris y tedio.

A buen entendedor, pocas palabras
Anuncian con parábolas macabras

Escenarios sin fin del fin del mundo.
Y hace tanto que el mundo ha terminado,
Porque el mundo en el mundo está encerrado
Y nada da más alto ni profundo.

Poemas Prójimos XX

Casi mal. Casi bien. Punto cercano.
Punto siempre inexacto, indefinido,
Que no llegará a ser y que no ha sido
Sino punto vecino: Casi humano.

Por eso mismo, prójimo, cercano
Del límite puntual. Indefinido,
Sin embargo, por todo lo que ha sido
Y por lo que será: Menos que humano,

O tal vez poco más. Falta o exceso
Castiga su lección. Fallido peso

Que conduce caída con su falla:
Caída que parece tan precisa
Y no obstante en el límite, indecisa
Extravía su blanco o su batalla.

NO TODO ES MENTIRA EL NO DECIR LA VERDAD

“(Mrs. Headway) No tenía reparo en decir mentiras,

pero ahora que estaba empezando de nuevo no quería

decir más que las necesarias. Le hubiera encantado que

fuera posible no decir absolutamente ninguna.

No obstante, unas pocas eran indispensables, y no

es preciso que intentemos analizar con más

minuciosidad los ingeniosos reordenamiento de hechos

con que entretenía y engañaba a Sir Arthur.”

Henry James

El sitio de Londres

Oscar Wilde se quejaba de la decadencia de la mentira, y esa decadencia se expresaba según él en la creciente vaguedad de la palabra mentira, en su auge social, que llevaba a llamar mentira a las cosas más dispares y la retiraba del juego de la imaginación. En lugares clásicos de Platón y Aristóteles el poeta era el paradigma del mentiroso, en tanto que en estos días, los de Wilde y los nuestros, ese paradigma se ha desplazado hacia el político y el periodista. Con hipérbole rioplatense, un desengañado personaje de Discépolo decía que ‘todo es mentira’, pero con notable intuición conjuntista no incluía en ese todo a su propia afirmación, ya que pretendía estar diciendo la verdad. En lo que llevo dicho, hay por lo menos, tres niveles a considerar en tanto que mentira se opone a verdad, uno de ellos implícito, el semántico, y dos explícitos, el epistémico, y el pragmático. Mi intención es describirlos y apreciarlos, con el propósito de establecer una jerarquía en las relaciones entre ellos.

Semántica, epistémica y pragmática

Muy poco y por demás insuficiente es lo que se puede decir de la mentira desde el punto de vista semántico; bastará para mi propósito una formula simétrica a la llamada convención T, ya que aquí sólo podemos caracterizar a la mentira como la negación de la verdad, por tanto, la convención M reza: “‘p es mentira’ si y sólo si no p”. A todas luces el esquema no alcanza para caracterizar todo lo que habitualmente llamamos mentira y nada más que lo que habitualmente llamamos mentira, pues lo que queda precisado como ‘mentira’ coincide con una noción más amplia, la de falsedad, que abarca también errores, metáforas, ironías y otros usos oblicuos del lenguaje. Tengo para mí que tampoco es necesario que se cumpla M para que p sea mentira en sentido pragmático, pero sí se requiere la posibilidad de que M sea el caso.

Desde el punto de vista epistémico se agrega la actitud proposicional y se llama mentira decir lo que no se cree que sea el caso, con la salvedad de que no se tiene intención de engañar. ‘Se dice “p” si y sólo si se cree “no p”, esta sería la ley magna de una leal comunidad de mentirosos, que epistémicamente no engañaría a nadie. El resultado se haría lógicamente irrelevante con la sola aplicación del principio de dualidad a los dichos de los interlocutores, aunque aumentaría la vaguedad de algunas expresiones habituales; en efecto, en dicho medio citar a alguien, por ejemplo, a las 6 de la tarde del 6 de junio de 2006 en el punto 6, significaría afirmar una disyunción posiblemente infinita de lugares, fechas y horarios alternativos (en el supuesto de que la cita y los modos de fijar referencias espacio-temporales estuvieran exceptuados de la constitución); si por razones de funcionamiento, como inevitablemente ocurriría, se tuvieran que abreviar las expresiones, quien quisiera ser puntual y preciso, para no engañar a nadie, diría algo así como: “te espero cualquier día, en cualquier parte, a cualquier hora, menos el 6 de julio de 2006 a las 6 de la tarde en el punto 6”. En el supuesto de que la cita y los modos de fijar referencias espacio-temporales no estén exceptuados de la convención ‘M’, se tendría que negar también estos elementos, pero en todos los casos habría que llegar a una constante, lo que podría llamarse una aplicación del principio de sinceridad: en el extremo, a que el principio constitucional ‘se dice “p” si y sólo si se cree “no p”’ es verdad para cualquier p, porque de lo contrario tendríamos un conjunto inconsistente, en el que no habría posibilidad de establecer si el caso es “p” o “no p” y, siquiera por azar, no podríamos excluir la posibilidad de engañar a alguien, tal vez a nosotros mismos, pues no sabríamos cual es la creencia que tenemos que atribuir, pues lo que la aplicación hermenéutica del principio de dualidad nos daría, sería siempre una tautología o una contradicción, es decir, valga el Tractatus, ninguna información sobre el mundo.

Desde el punto de vista pragmático la esencia de la mentira es el engaño, y como acto lingüístico no tiene lugar si no es exitosa: lo que se dice ha de ser creído por el interlocutor para que la intención no sea fallida. Quiero decir que la mentira, como toda emisión lingüística según Davidson, persigue en cada caso un fin no lingüístico, y su éxito se mide por la capacidad de alcanzar ese fin; la ley moral desaprueba, urbe et orbe, la mentira como procedimiento para alcanzar esos fines, pero la costumbre la legitima en no pocos casos. Ahora bien, cuando uno descubre que ha sido engañado experimenta un tipo singular de malestar, que puede llamarse decepción, desencanto o, simplemente, desengaño, que a su vez puede manifestarse en ira, resentimiento, depresión, etcétera, en suma, pasiones que degradan la convivencia, de ahí que desde temprano se haya intentado proscribir la mentira como práctica social; no se puede dejar de notar, sin embargo, que estas pasiones pueden ser provocadas por otras faltas a la verdad que no incluyen la intención de engañar y que, por lo tanto, no pueden calificarse pragmáticamente como mentiras: la equivocación, la metáfora, la ilusión. Esto es, la mentira no puede identificarse por la apelación a sus efectos, y como las intenciones (las ajenas y, si creemos al psicoanálisis, muchas de las propias) no son evidentes en los enunciados, se concluye que no hay reglas para mentir y, simétricamente, no hay reglas para desarmar la mentira, puesto que la mentira no es vencida sólo por la verdad, sino que a veces es derrotada por una mentira mejor. Desde este punto de vista, sobre el que pesa la sombra de Donald Davidson, lo único que se puede establecer son las condiciones de la mentira, que son, con paradoja y todo, las mismas condiciones semánticas y epistémicas que las de la sinceridad: (1) una oración puede ser verdadera o falsa, según describa o no lo que es el caso; (2) quien la profiere puede creer o no que describe lo que es el caso; (3)el hablante y el oyente comparten una multitud de creencias verdaderas acerca del mundo, pero el intríngulis pragmático está en (4) la intención con la que se profiere: busca engañar al interlocutor, y (5) tiene éxito. En lo que sigue voy a repasar algunos lugares, unos más comunes que otros, sobre la mentira para mostrar cómo operan estas condiciones.

Son demasiado ignorantes para que yo los engañe

En la Grecia arcaica, de acuerdo con Marcel Detienne, había ‘maestros de verdad’, esto es, lugares sociales desde los cuales y sólo desde los cuales, se decía la verdad, que era la palabra memorable (a-letheia, sin olvido), los cuales eran el rey de verdad y justicia, los oráculos y los poetas de verdad; estos últimos eran los más frágiles, ya que no tenían asegurado a priori el valor de sus dichos, sino que dependían de que fueran recordados y repetidos en la tradición oral. Con la llegada de la escritura, el auge del comercio, la democracia y la filosofía, esos lugares comenzaron a diseminarse: ‘todo está lleno de dioses’ dicen que decía Tales de Mileto, lo cual equivaldría a decir que la verdad, y por lo tanto: la mentira, podía proferirse desde cualquier lugar. Los filósofos pronto trataron de apropiarse de los lugares de verdad y buscaron expulsar de ellos a oráculos, sofistas y poetas. Estos últimos, perdida su condición sagrada de voceros de la verdad, se dedicaron a cantar, remuneración mediante, la gloria de los triunfadores, no sólo en las empresas guerreras, sino también en las comerciales y deportivas. Se convirtieron, con perdón de Wilde, en una especie de periodistas, y adquirieron, con el pago que recibían, fama de mentirosos: falsificaban genealogías y registros. Su verbo, sin embargo, era convincente y lograba engañar a muchos, pero no a todos. Así fue que a Simónides le reprocharon cierta vez que no lograba engañar a los beocios, a lo que el poeta respondió que los beocios eran demasiado ignorantes para ser engañados por él; la ‘ignorancia’ marca la diferencia de creencias acerca del mundo en aspectos cruciales de sus dichos, en el sentido que los beocios profesaban creencias que Simónides reputaba falsas y viceversa; además, tenían la costumbre de no creer los dichos de los extranjeros.

“Se puede engañar a pocos durante mucho tiempo y a muchos durante poco tiempo, pero nunca a todos para siempre”

La cuestión para el mentiroso o los mentirosos en su más cruda práctica, cualquiera sea el fraude que promueven, suele ser relativa al tiempo durante el cual puede mantenerse el engaño, a la cantidad de personas susceptibles de ser engañadas y al número de personas que se tiene interés de engañar. La estrategia más simple consiste en aislar socialmente a los engañados, de modo que no tengan acceso a fuentes de datos independientes, y si no se puede impedir esa defensa, se propiciará el descrédito de las otras voces; engañar a uno es más fácil que engañar a dos etcétera, y una conspiración de mentirosos, por ejemplo: una banda de estafadores, tiene más probabilidades de éxito que un individuo solitario. Las analogías con la defensa de lo que se cree verdadero no son casuales, ya que la mentira es simulación o parodia de la verdad, de ahí aquello de que la verdad es una mentira socialmente aceptada, lo cual no es del todo cierto, ya que si bien hay falsedades o ficciones tomadas como verdades públicas, en muchos casos son sostenidas con sinceridad y sin ánimo de engañar; estas creencias falsas, si compartidas, han de ser tenidas en cuenta por el mentiroso, aunque no crea en ellas, tanto como las verdaderas para tener éxito en su gestión, de modo que el aislamiento social que propicia para sus víctimas incluye apartarlas de aquellos que no compartan sus creencias sobre el objeto de su mentira, en lo esencial que no tengan contacto con lo que él tiene por verdadero. Al respecto, hay una referencia atribuida a San Agustín, que no he podido rastrear, según la cual un predicador persuasivo que no creyera en la verdad de lo que predica, no debería dejar por ello de predicar, ya que el bien producido por la verdad de la prédica compensaría con creces el mal de su mentira (lo que sí he podido comprobar es el siguiente dicho del obispo de Hipona: “Si alguno, partidario de los epicúreos, y que piensa que el alma es mortal, reproduce los argumentos expuestos por los sabios a favor de su inmortalidad en presencia de un hombre capaz de penetrar lo espiritual, el oyente juzgará que el epicúreo dice la verdad; pero el epicúreo ignora si es verdad lo que dice, antes bien lo cree falso”[1]

¡Miente y miente, que algo quedará!

En la época de la comunicación de masas y de la propaganda en gran escala, la mentira pública, aquello que el poeta irlandés llamaba la era de la decadencia de la mentira, lo que ha decaído es el modo de proteger a la mentira de sus críticos, que se ha reducido drásticamente a dos argumentos: cubrir la mentira con otra mentira y repetir esas mentiras hasta el cansancio, descuidando su elaboración y hasta su consistencia, a tal punto que una mentira masiva elude a veces hasta el requisito de la verosimilitud, como se deja ver en ámbitos tan disímiles como los discursos políticos y los regímenes para adelgazar. En el sustrato del éxito, pese a su reiterada aplicación, de la fórmula ministerial se halla la voluntad que tiene el público de ser engañado, lo que suele llamarse la ‘necesidad de creer’, porque el estado de cosas enunciado por la mentira coincide con sus deseos o es conveniente para sus intereses, aunque esta convicción no siempre sea ‘sincera’, esto es sentimental o ideológica, sino que a veces constituya una complicidad con el mentiroso y tienda a sacar provecho deliberado del engaño, con el chantaje directo o con el recurso un tanto más sutil de engañar al engañador para hacerlo caer en la red de su propia mentira.

en la boca mentirosa

es la verdad sospechosa”

Mentir consuetudinariamente no es recomendable para el éxito de la mentira, como lo sabemos desde que nos contaron la historia del pastor y el lobo, o dicho de otra manera: la fama de mentiroso exige –o exigiría, en un mundo más riguroso- mayores refinamientos y precauciones a la hora de mentir, uno de ellos: decir la verdad a sabiendas de que no va a ser creída. Por lo tanto la estrategia del mentiroso tiene dos aspectos, por lo común cumplidos: el primero, cuidar su prestigio, adobarlo con todos los aliños de la veracidad, no mentir innecesariamente ni sobre materias alejadas de su propósito; el segundo, alabar a otras personas reconocidas por su veracidad o su conocimiento, lo que se llama su confiabilidad, y censurar a otras como mendaces, en especial a aquellas que podrían interferir en sus propósitos.

“Voy a ser sincero”

El anuncio de sinceridad, por su significado, debería ser utilizado para preceder enunciados que se tienen por verdaderos, gesto retórico paradójico en ese caso, ya que implicaría el hábito de no ser sincero por parte del locutor, por lo que rara vez se lo usa sin más con ese fin; por el contrario, suele ser empleado para reforzar la credibilidad de una mentira o, lo que es más común, para omitir faltas a la verdad que no se dejan catalogar en el rubro de mentiras, dado que son requisitos de comportamientos sociales recomendados: el protocolo, la cortesía, la modestia, la discreción, etcétera; esto incluye todos los tratamientos formularios: “su eminencia reverendísima”, “miembro de la honorable cámara”, “distinguido profesor”, “de mi mayor consideración” y demás, que en algunas circunstancias son obligatorios, pero cuya coincidencia con las creencias del locutor es improbable. La ‘sinceridad’ de tal modo proclamada puede prestar, por tanto varios servicios a la vez, por ejemplo, proferir frases desagradables, con independencia de que sean o no el caso: `te voy a ser sincero, esa ropa te queda mal`, aunque no oculte la envidia de ver al amigo vestido con un traje de Armani.

El truco y cómo jugarlo

La buena educación aconseja, pues, en muchos casos, faltar a la verdad, con lo que la franqueza acostumbra ser el justificativo de la guarangada, pero las normas sociales nunca son tan francas como para recomendar la mentira; sin embargo, no faltan en la educación, tanto formal como informal, reglas y entrenamientos para no decir lo que se cree que es el caso. En el juego, entendido a la manera de Vigotsky; “el niño juega a ser otro”, comporta una simulación deliberada, con una doble ficción: un niño dice ser alguien, policía o ladrón, y el otro (o los otros) finge creerle, suspensión momentánea de la incredulidad que preludia el intríngulis de la experiencia literaria, y es importante que esta ficción, como la el amigo invisible, se distinga de la ‘realidad’, pues se trata, según Brunner, de una distinción crucial cuya falta es indicio de desarreglo psicológico o social y, agrego, peligroso para el sujeto y para segundos y terceros. Por otra parte, mitos que también se destinan a los niños, como los Reyes Magos o el Ratón Pérez, servirían de preparación para la decepción, desilusión, desengaño o desencanto que es consecuencia de descubrir que lo que uno creía no era el caso, esto es, para ir teniendo en cuenta que aún las personas más confiables pueden no decir la verdad y que no siempre se engaña o se finge engañar con intenciones malignas y que a estas fábulas no les conviene el nombre de mentiras, por más que cumplan con las condiciones semánticas, epistémicas y pragmáticas de la mentira. Pero hay juegos adultos, como el truco o el póker, que además del azar de las cartas incluyen una porción de estrategia y esta estrategia es la estrategia de la mentira; cierto es que todo juego entraña una suspensión de la verdad, de la ‘seriedad’, esa es la diferencia entre el ajedrez y la guerra, aunque en la estrategia bélica el engaño juega un papel tan importante como en el truco, y todavía mayor, ya que el jugador, para ganar o no ser derrotado, en algún momento puede ser obligado a mostrar sus cartas, lo que no ocurre por lo general en los enfrentamientos militares, donde las ‘armas secretas’, entre las que se cuentan los espías y la información, pueden ocultarse más allá del desenlace de una batalla, ya que si bien hay un término prefijado para una partida, no lo hay para la guerra, por más tratados que se firmen, ya que las convenciones no tienen el mismo vigor en uno y otro caso. La diferencia, marcada por el estereotipo, entre ‘decir lo que se piensa y pensar lo que se dice’ aporta un detalle tenido en cuenta por los interrogadores profesionales en la literatura policial: el mentiroso ‘piensa lo que dice’, sus respuestas no son espontáneas, muestra una necesidad ‘filosófica’ de no decir la verdad, de trabajar con hipótesis que no se cree que sean el caso, pero que no se pueden descartar de antemano a no ser por ingenuidad o, más de una vez por deshonestidad intelectual: considerar las alternativas es suponer lo que, en principio, se cree que no es el caso y estar dispuesto a aceptar las consecuencias. Pensar, en la medida en que es operar con signos (y no con ‘las cosas mismas’ o con sus sosías, lo que sería sinónimo de acción o de revelación) entraña fingir y esta ficción es central en la ciencia, el derecho, la política y el arte, por lo que la ‘no verdad’ no es sin más una mentira, aunque la falta de reglas para mentir, y recíprocamente, la falta de reglas para decir la verdad haga posible que erísticamente, con o sin buena fe, se pueda calificar de mentira la argumentación del adversario. Dicho de otra manera, el ideal moral de no mentir, sostenido de modo radical y sin discriminación, cuando implica decir sólo lo que se tiene socialmente por verdadero, lo que se llama ‘mentiras establecidas’ es un ideal conservador. Pero los efectos revolucionarios (el ‘éxito’) eventuales de una mentira o, de un mero error o equivocación, no alcanzan para transformarla en verdad, salvo bajo cierta interpretación. Si lo que va a ser creído es la interpretación del sueño, y no el sueño, lo adecuado parece la estrategia de Nabucodonosor: le pide al profeta que además de interpretar sus sueños imperiales, le diga también lo que ha soñado. Vale decir que Nabuco ya sabía lo de Nietzsche: sólo hay interpretaciones.

La mentira tiene patas cortas

Alguien podría decir que mi título es mentiroso y que ‘Las mil caras de la mentira’ describiría mejor la situación planteada, y hasta daría por probado el lugar común acerca del escaso alcance de la mentira: hasta aquí, no más; pero ese vislumbre también es engañoso: la braquipedia no impide que la mentira llegue lejos, tan lejos como se pueda imaginar, porque al igual que la exitosa Mrs. Headway, es hermosa y entretenida, tiene la lengua ágil y el aliento largo, y se sabe hacer desear.

Daniel Vera

Córdoba, 2007



[1] San Agustín, Del maestro, en Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1947, Tomo III, p. 751.

jueves, 1 de abril de 2010

CORONA PARA LOS MARES Y MARÍA-Nota

Corona para los mares y maría fue publicado por alción editora en 1991. Lucía entonces dos generosos prefacios, uno en verso y otro en prosa, debidos a Bernardo Schiavetta, que aquí publicaré como post-facios. Rigurosa llamaba B. S. a la estructura de estos versos, aunque en rigor y pese a su título no se trataba de una corona, sino sólo de media corona, y así la introducción de esta forma fija en castellano tuvo que esperar la invención Entrelíneas del propio B. S. y Ouroboros de Pablo Ponzano, por lo que fui más un anunciador que un protagonista de este comienzo. Quiero decir que así como en inglés hay 'rimas ortográficas', esto es entre terminaciones de palabras que se escriben igual pero se pronuncian distinto, nuestra cordobesa manera de hablar permite la 'consonancia oral' entre sílabas que escribimos con letras diferentes pero pronunciamos de la misma manera. Sirva esto para distinguir las rimas heterográficas de las 'verdaderas' asonancias, que también las hay en estos sonetos.

D.V., 2010

CORONA-motto

Acaso te llamaras simplemente María,
tal vez eras el eco de una vieja canción.

Catulli Carmina

CORONA-1

Por una vez los mares y maría
fueron, si no pasión, escalofrío
a cuenta de mayor deseo mío.
Me sumergí sin piel en la alegría.

Hoy era ayer-mañana, sólo día,
presagio de funámbulo sombrío
y flecha de agua rápida en el río
del desencuentro. En una melodía

por una vez, amor se pronunciaba
sin división y las palabras pares
eran dos voces en la voz que amaba.

Tu voz. Mi voz. Su voz. María. Mares.
De par en par impar iluminaba
cabritos del cantar de los cantares.

CORONA-2

Dejaron sin memoria mis abrazos:
dieron nombres distintos a las mismas
aguas. Y nadador en sus marismas
me deshice en hechizos. Hubo trazos

por los cuales perdíanse mis pasos
sin luz, ya fragmentarios y con cismas
de colores sangrados ?por qué prismas?
entre las sombras de los dos ocasos.

Recuerdos que dejaron olvidada
la naciente ligera del deseo.
Dualidad de la ausencia, porque cada

fragmento de nada hecho proteo
en vocablos de sal y sal callada
comunica la forma que no veo.

CORONA-3

Y anudaron desnuda con sus lazos
de ocultas armonías a la rosa
vestida de mujer. La mariposa
del aire fue temblor entre los trazos

repetidos de lívidos ocasos
sobre pétalos húmedos. Ansiosa,
si no fulguración, aura de diosa,
cáliz a flor de piel en los abrazos,

era un sueño de mares. Ahí estaba:
rosa, mujer, crepúsculo redondo.
Palidez de los dones: la miraba,

con alas de color algo más hondo
que el asombro, un insecto. Se insinuaba,
proporción y crueldad, nada en el fondo.

CORONA-4

De olvido la palabra, la vacía
consagración, el soplo fatuo. Tal
vez era menos mudo el mineral.
Quizá fuera mención, no de maría,

sino de una omisión que se cumplía
como un relato mítico del mal
y del bien. La palabra, casi igual
a las otras, no tiene, no tenía

qué decir de memoria. Frágil, hueca,
sonora, como todas las demás,
sólo se distinguía por la seca

constancia de sus sílabas. Quizás
alguna vez fue símbolo esa mueca
que ahora es el olvido o su disfraz.

CORONA-5

Constancia de mi amor: sólo veía
desolada pasión en la mañana
y sabor infernal en la manzana
y silencio en aquella melodía

que perfumaba los aromos. Día
más día, suma de miradas, vana,
no rezumaba luz en mi ventana,
sino pasos sin pausa de maría

por modos de la ausencia. La visión
era un tenue mucílago de hiedra
sobre el adormecido corazón.

En ojos fuertes la palabra medra,
pero mi anhelo obscuro de pasión
contagiaba mudez, lengua de piedra.

CORONA-6

Pura ausencia de mar en los sargazos
sea nada de lágrima salobre,
ni siquiera una bruma tenue sobre
la superficie. Pero en otros casos

serían evidentes los fracasos
en distinguir la imagen, copia pobre
del lazo imaginario; tal vez obre
la distancia sin orden, cuyos pasos

se pierden entre el nombre y lo nombrado.
Haya mar más allá de estas menciones
o por debajo de ellas, sin cuidado

me deja. Mientras tanto, las opciones
me encuentran sin remedio de este lado,
donde sólo cavilan ilusiones.

CORONA-7

Y ausencia de maría entre los brazos

era el único ser, el evidente,

la prístina certeza del presente

futuro ya pretérito. Los trazos

del vacío ofrecían reemplazos

y motivos contrarios a la mente.

¿Por qué la nada y no más bien el ente

se entregaba conforme entre los lazos

de la verdad soñada? Por obscuro

cristal ahora veo la presencia

del enigma. Directa, sin impuro

medio, su desnudez en evidencia

se pondrá, cuando en alas de futuro

maría abrace formas de mi ausencia.

CORONA-8

Insensatez de la melancolía:
dejarse estar en vida como muerto
sin dejarse morir, y dar por cierto
que no tiene certeza la agonía.

Por el no ser exacto de maría
decir: el universo es un desierto
y pensar un hipnótico concierto
para soñar la voz que se vacía.

No se ve la mañana. Sólo bruma.
Vana materia gris abandonada
como un capricho opaco de la pluma

del tiempo. La memoria recobrada
navega con pasión sobre la espuma:
mar soñado por una voz soñada.

CORONA-9

Navegaba los mares la tormenta
del recuerdo. Tal vez sea tormento
para no recordar otro momento
sino la voz, el alma, con que cuenta

sueños. Tal vez su vértigo consienta
la alegría con júbilo de viento
perfumado. Tal vez el movimiento
del aire sea apenas lo que alienta

levedad y pesar. En la memoria
cabe, negro dolor, el desencuentro
y también el relámpago de gloria.

Derrota de tormenta mar adentro.
Mar afuera, tormenta de victoria.
Ayer a cada lado. Ayer al centro.

CORONA-10

Lóbrega tempestad de mar alzada
contra la tumba de la luna llena.
Cielo hambriento, sin luz pero sin pena,
porque nace de abajo la mirada

de amor, sombra de piel iluminada
por las tinieblas. Férrea cadena,
la llama del deseo: su faena
de fuego usa disfraz de serenada

lobreguez, para no ser vista
por el ojo temeroso del vigía,
y para no cegar con su color

el horizonte pálido del día.
Disimulando sábanas de amor,
la tormenta su vórtice cubría.

CORONA-11

Sin estrellas ni costas, cenicienta
descalza de cristal, aguamarina
de los mares hundidos, la neblina
socorre al navegante y le descuenta

de otra luz la visión. Y se lamenta
porque ve demasiado y se ilumina
de más con su fulgor de masculina
llama. Navega navegante y cuenta

las íntimas estrellas de su celo,
las costas del deseo, los cristales
de ver enamorado, sin consuelo,

la ausencia luminosa. Pero tales
estrategias ocultan sol y cielo.
Son promesa de furias animales.

CORONA-12

Vorágine. Las vísperas de nada,
puro anhelo: preciso torbellino
o torrente sin trazas de destino.
Por el azar inmenso de la ansiada

presencia de maría cae cada
gota de tiempo como un haz de vino
sobre sueños sombríos. El camino
de esperar o buscar la señalada

mujer no tiene marca. Cada paso
se da sin referencia ni costumbre.
O no se da, de modo que el acaso

disponga su quietud cuando lo alumbre
la noche del encuentro. Tiende el lazo,
vorágine de amor, la incertidumbre.

CORONA-13

Ausencia de maría. Sal violenta
de los mares pasados. Y es presente
de otro tiempo mejor, lugar ausente,
donde ya la memoria se impacienta

de gozo. Llega, pero se presenta
como el don o la gracia recurrente
del reclamo. Distante, diligente
marea. Llama leve, llega lenta

la furia desde abajo. Porque falta
mar crece la figura de los mares.
La espuma del deseo, la más alta,

despedaza congojas y pesares,
y con tenue candor su luz esmalta
sol de tarde las vísperas impares.

CORONA-14

Furiosa soledad enamorada
donde quema el amor y arde la espera:
Hay cielo verdemar la tarde entera,
color de ayer, color de la jornada

que vendrá con el éxtasis. Mojada
por el agua del júbilo, ligera
como el carmín azul de la ceguera,
tendrá en su porvenir fiesta gozada,

porque nunca se fija, siempre pasa
con el gesto de un ala. Pero el vuelo,
transición de la forma con que abraza

la furia del amor carne y anhelo,
no tiene situación ni tiene casa.
Pero tiene maría, mar y cielo.

CORONA

Por una vez los mares y maría
dejaron sin memoria mis abrazos
y anudaron desnuda, con sus lazos
de olvido, la palabra. La vacía

constancia de mi amor sólo veía
pura ausencia de mar en los sargazos
y ausencia de maría entre los brazos.
!Insensatez de la melancolía!

Navegaba los mares la tormenta.
Lóbrega tempestad de mar alzada
sin estrellas ni costas. Cenicienta

vorágine: las vísperas de nada.
Ausencia de maría. Sal violenta.
Furiosa soledad enamorada.

CORONA-Postfacio I

CORONA-Prefacio en verso

Para María mares y corona
Su elegía de inédita quimera
Decir que dice sin decir quisiera
La voz del mar tras máscara o persona,

La voz del mar tras máscara o persona
Decir que dice sin decir quisiera
Su elegía de inédita quimera
Para María mares y corona;

Pero además nos dice en qué manera
Ya sin locura y sin razón se dona,
Pero además nos dice en qué manera

No es pura negación llamar severa
a su exacta elegía, que pregona:
No es pura negación llamarse Vera.

Bernardo Schiavetta

CORONA-Postfacio II

Prefacio en prosa

Daniel Vera es uno de los raros poetae cordubensis, uno de los rarísimos poetas argentinos de nuestra generación que no ha cedido a la rutina de una escritura amorfa, esa escritura amorfa que la marca de la modernidad epigonal de los más. No ha caído tampoco en el exceso simétrico, que podría haber llevado a una simple repetición de fórmula pasadas.
No. Resueltamente no, porque si bien ha emprendido la práctica del soneto como un verdadero desafío a las rutinas versolibristas, también ha sabido renovar literalmente su modelo, de un modo muy sui generir, gracias, por ejemplo, al lenguaje "desarticulado" de Fundamento hsin.
Por otra parte, de manera más neutra que en ese libro, ha sabido darnos otros sonetos que, por su lenguaje y su temática, no son antiguos ni modernos, sino exactamente contemporáneos.
El remate lógico, la coronación de la larga familiaridad de Daniel Vera con el soneto, es sin duda Corona para los mares y maría. En efecto, este poema es un verdadero Hipersoneto, un Soneto de Sonetos, que se deriva, gracias a una simplificación, de esa Forma Fija tan compleja y sutil del Renacimiento italiano, la Corona de Sonetos, forma que hasta hoy nadie había practicado en castellano.
En las asonancias y consonancias de esta Corona, el tema más evidente (no romántico, sino petrarquista), es la "ausencia de maría", es decir el sujeto por excelencia de la poesía lírica: la amada ausente. Sin embargo, en Formas de la oración, ya habíamos visto aparecer una "inédita quimera/de amante sin amada", que no correspondía necesariamente a nada ni a nadie: a nada fuera del discurso, de la oración.
En suma, este tema elegíaco, el mismo que guió la composición de El Cuervo, ha sido escogido quizás de manera tan deliberada y tan poco autobiográfica como la de Poe. Poco importa, en todo caso, porque el haberlo escogido indica una intención, la de escribir, sobre una estructura extremadamente rigurosa, una poesía de apariencia espontánea y grave, es decir el tipo de lectura que espera encontrar el lector ingenuo. Y esa lectura vale tanto como la otra.


Bernardo Schiavetta

Chan Chan

La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser

Yo no pienso más que en ella a toda hora,

Es terrible esta pasión devoradora.

Enrique Cadícamo

Muñeca maldita, castigo de Dios. Sobre la filosofía pesa la maldición de Aristóteles, según la cual no es posible abandonarla, ya que la única salida de la filosofía es…la filosofía. O, como se usa decir en estos tiempos, la única salida de la Filosofía es la filosofía, que por minúscula se multiplica en variedad de filosofías. En los últimos tiempos, y acaso también en los primeros, ningún filósofo que se precie ha cultivado menos de dos filosofías, y tal vez no falte alguno que ostente un harén de filosofías fugaces, como aquel patotero sentimental que declamaba o reclamaba haber tenido siempre muchas minas pero nunca una mujer. Y de esta manera he llegado al punto de partida, quiero decir, con la venia de Brandom, al momento en el que se hace –o se hizo- explícito lo que estaba implícito en la intención del título: muchas veces, y no pocas con incurable cursilería, se ha perorado sobre la filosofía del tango, para hacer patente, más en vena lacrimógena que irónica, la filosofía latente en las letras de tango: hoy vas a entrar en mi pasado (heute wirst du in meine vergangenheit hereinkommen), etcétera, pero estimo que ha llegado el momento de invertir el genitivo y ensayar una perorata sobre el tango de la filosofía, proposición a mi juicio mucho más atinada que la original, para hacer manifiestos los tangos ocultos en las entrañas de la filosofía (o de la post-filosofía o de la meta-filosofía, que por el pasaje de Escher regresan entre luces murientes a la filosofía, porque siempre se vuelve al primer amor). Oh, a los que repiten su entrada, mejor dicho: a los que no han podido salir, se les pide que dejen de lado una vez por todas la esperanza: el lugar sin salida es metáfora dantesca del infierno, y a puerta cerrada quería Sartre que el infierno fueran los demás, y cada uno es parte de los demás para cualquiera de los otros, que sólo son testigos de algún liviano amor: sólo que el mundo cerrado de los filósofos no es sordo ni es mudo, aunque sabe simular sordera y ceguera con la intención de ver mejor el mundo inteligible y oír la música de las esferas, chanchán, y finge la mudez para no hablar en cada caso sino de lo que importa, dejando el resto en el silencioso limbo de la insignificancia, de modo que el filósofo más torpe y el más lúcido coinciden en ser expertos en debilidades ajenas y propias, que rara vez exponen con indiferente impiedad o sintetizan en tácito desdén, sino que derraman en cataratas de letras entonadas con nostálgica pasión. Pero ni ciegos ni videntes pueden salir de la botella, sea porque su contenido los ha embriagado o porque una vez afuera descubrieron que era una botella de Klein, en la que coincidían el afuera y el adentro, por lo que el ingenioso movimiento había sido inútil. Las salidas de la filosofía cuando no conducen a la filosofía, llevan a algo peor: a la nostalgia de la filosofía, a la añoranza de una sabiduría que, de haberla tenido, es de esperar que se hubiera sabido también no perder. La existencia del infierno es discusión pontificia, pero la de esta metáfora suya, tropo del infierno y no de los pontífices, que es la filosofía o su fin o su falta de fin, ni el tiro del final le va a salir, el mito de su finita infinitud, es lo que con lenguaje periodístico podríamos llamar un dato de la realidad, exactamente como un tango.

Milonga existencial. El menos informado de los compadritos sabe que el tango tiene vocación por lo último: El último guapo, El último café, La última copa, La última grela, La última…resonancia que encontramos anacrónicamente en las más antiguas filosofías, que ya entonces anhelaban coincidir con el término de su amor y de sí mismas, y crónicamente en las últimas y penúltimas filosofías, hasta volver cierta la ironía sobre aquel que escribió El último Heidegger, a quien atribuían haber redactado un Heidegger de lo último; porque lo último tiene esas caras antagónicas del mayor prestigio y de la peor fama, ambigüedad axiológica que describe a la perfección el fenómeno del tango: “una canción de gesta se ha perdido en sórdidas noticias policiales”[1][2]. No fue Heidegger, sin embargo, sino otro alumno de Husserl, Hugo Dingler, más tarde dedicado a la filosofía de la matemática, separado de su cátedra en l934 por presunta simpatía con los judíos y restituido luego de su afiliación al partido Nazi en 1940, quien en los años veinte enunció la metafísica como ciencia de lo último (“metaphysik als Wissenschaft vom letzten”), bajo el primado de la filosofía y, supongo, en el sentido apologético de lo último. Heidegger, por su parte, no buscaba lo último sino lo primero, o mejor: lo que estaba antes de lo primero (ya dijo don Nimio de Anquín que lo del caballero teutónico no era ‘Physik’ ni ‘Meta-physik’ sino ‘Ur-physik’), lo cual lo volvía el más nostálgico de sus congéneres, comparable sólo con aquellos gnósticos que después de infinitos eones poblados por indefinidas generaciones de divinidades cada vez más degeneradas pretendían encontrarse con la prístina sabiduría del comienzo. Veinticinco abriles que no volverán. En nuestro mundo, más o menos borroso y contingente, cada final es un principio y viceversa, generalmente una zona gris donde no se percibe bien cual es el último de los primeros y cual es el primero de los últimos, pero un principio absoluto requiere también un fin absoluto (cosas más bien escasas en los mercados de la humanidad) y en este caso requiere ser el último, el último guapo que se tome la última copa del olvido del ser, y encare derechito, yo sé que ahora vendrán caras extrañas, hacia un tiempo incierto y obscuro donde será seguramente el más taura de los primeros.

Valsecitos hermenéuticos y positivistas (lógicos). De tanto darle vueltas al asunto, Herr Professor Heidegger advirtió (y declaró) que lo suyo no era existencial, y tampoco milonga ni tango, sino vals: der Walzer des Seyns, y que las tales vueltas eran virtuosos círculos hermenéuticos, lejos del vicioso Yira, yira, traducido en el imperativo categórico alemán Kreise! Kreise!, con sus insoportables resonancias de Wiener Kreis, que por vienés y por círculo reclamaba científicamente para sí no lo Sein sino el Sinn del Walzer. Aquello transcurría en los claros del bosque, con precisión metafórica en alguna Lichtung del Schwarzwald, a la que conducían bellos, sinuosos y obscuros senderos y donde las ortogonales cartesianas temían extraviarse. El vals puede producir vértigo y mareo, y trae dificultades, la más común: cuando el danzarín gira siempre a la izquierda o siempre a la derecha, se vuelve entre otras cosas demasiado monótono, pero aún en el caso de pericia ambidextra para el espectador no es difícil percibir que se baila con lo bailado, lo que en lengua hermenéutica viene a ser explicar con lo explicado, o decir con lo dicho, quizás con una marca de entonación o una travesura gráfica: la filo-sofía es la filo-sofía. De lo que algunos concluyen que el amor a la sabiduría es la sabiduría del amor, por lo que el vals se recomienda (o se recomendaba) como danza ritual de Himeneo, sea en su tradición vienesa o en su versión criolla justamente bautizada Desde el alma, que es desde donde debe ser para ser tan buena como lo fuera por amor. Las vueltas o los rollos de la vida no son tan inocuos (ayer yo era rico, su amor disfruté) sino que con decir lo dicho se marca lo que no se dijo, aunque se quiso decir o se pudo decir o se tuvo que decir o a lo mejor se dijo y no fue oído o fue oído pero no fue escuchado: ella juró que era buena y no la quise escuchar, fácilmente se explica que no pudo ser. En el vals, por cierto, hay evidente elusión de lo último. El último vals (1978) es una película de Scorcese sobre el concierto de despedida de una banda (The band) de rock, con lo cual no se acaban las vueltas porque el rock, como nadie lo ignora, es rock…and roll. El caso es que en estos valses la voz de la filosofía se atenúa, su voz que era mía, su pálida voz. Los hermeneutas parecen gustar más de la interpretación que de la pieza, allá ellos con sus circunvoluciones, pero a los del otro círculo, el de Viena, y a sus amigos positivistas urbe et orbe decididamente no les gustaba la letra de ningún valsecito filosófico y no congeniaban con ningún tango metafísico; tampoco parecía gustarles esa música; mejor dicho: creían que la letra era la música y en consecuencia la consideraban producto de músicos sin talento. Ellos cantaban el tango de la ciencia, casi un bolero: única tú, aquí en mi corazón, y anunciaban que no habrá ninguna igual, ninguna con su piel ni con su voz, anhelo que cumplirían con ayuda de un censor que no permitiría rumba ni mambo ni chacarera ni bossa nova ni rock and roll. La piel, por la parte empirista, correspondía a los enunciados protocolares, igual de fundamentales que fantásticos, pero sin bandoneón, y la voz por la parte lógica, que incluía la matemática, y no había más que decir y si alguien pretendiere decir algo más presentándose con rasgos señoriales, si se tratare de un señor, habrá que advertir al incauto oyente que esos sobretodos de catorce ojales y esos bigotitos de catorce líneas que más que un bigote son un espinel, son nada que nadea y traen consigo la perdición y lo llevarán a uno a la misma metafísica que lo parió; y si se tratare de una señora se dirá de ella que es sólo un fantasma del viejo pasado que no se puede resucitar, y si no diere para tanto se probará su vanidad dejando asentado que nunca tuvo novio. La sierva de la ciencia no toca ni baila, es más bien un embrollo lingüístico.

Al verla así rajé pa´no llorar. También nos cuentan que antes era distinto, que la filosofía era reina y el filósofo rey, y ambos eran, o al menos pretendían ser, magnánimos y generalísimos. En los últimos siglos pocos lo dijeron de manera clara y distinta, Ledesma Ramos fue una de las excepciones cuando llamó a la filosofía disciplina imperial; claro que en cuanto uno lo oyó calificar así, dio por supuesto que hablaba de otra época, te acordás hermano que tiempos aquellos, cuando los imperios brillaban al sol y todavía no habían sido atacados por el herrumbre del antiimperialismo: dorados años cuando Aristóteles presentaba sin sonrojarse esta ciencia destinada a mandar, y de paso adoctrinaba a Alejandro, o cuando Platón postulaba al filósofo como el mejor de los monarcas posibles, si bien luego de un paso obligado por el Colegio Militar y además andaba tratando de hacerse con el poder en alguna ínsula. De cada uno de estos casos, y podría decirse con ánimo quevediano: de todos los casos posibles y de muchos casos más, los filósofos contemporáneos –postfilósofos, metafilósofos o filósofos teóricos- dan explicaciones y hasta justificaciones, que el espíritu de la época, que la relatividad cultural, que la ruptura epistemológica, que la autonomía de las cuestiones, y es ahí donde se les junta la vergüenza de haber sido con el dolor de ya no ser. Alguno se llega a imaginar un único filósofo, un Filósofo Absoluto, que transcurrió por toda la historia y ahora con el lengue al cuello y el ala del sombrero echada sobre la cara viene a cantar: ¡Y pensar que hace mil años (o dos mil o tres mil o los que se quiera) fue mi locura, que llegué hasta la razón por su hermosura, que esto que hoy es un cascajo fue la dulce metedura que me puso a razonar! Otro, u otros, hacen la de Pilatos, se lavan las manos, o la de Pilates, ejercicio liviano; aquellos cargan contra los antiguos, que se limitaban a interpretar los temas de moda sin transformar el baile, y se entusiasman: ¡qué saben los pitucos!, y baten la justa: la fría sordidez del arrabal agostando la pureza de su fe; estos se deleitan o hacen como que se deleitan junto a la zorra y miran las uvas que no pueden alcanzar con lo que llaman pensamiento débil o bien se disculpan por pedir audiencia o se conforman con ver y ser vistos o con oír y ser oídos, pero chitón, nada de tocar ni ser tocados: el malevaje extrañado los mira sin comprender, perdido el cartel de guapos que ayer brillaban en la acción, y se justifican al verla, seguramente a la realidad, hecha una reina que vivirá mejor lejos de ellos. Por las dudas, los más audaces –la propaganda manda, cruel en el cartel y en el fetiche de un afiche de papel se vende una ilusión, se rifa el corazón- prometen estar ahí, al salto por un bizcocho, cuando sea necesario repensar las cosas y haga falta un amigo o se precise un consejo, más Platón y menos Prozac.

Che, Papusa, oí. Entre las excusas, aunque sería mejor decir: entre las estrategias de excusación que se ofrecen para la filosofía no falta la humildad, la obediencia debida, el yo no fui, pero los monjes medievales se cuidaban de ser humildes para no pecar de soberbios y los argentinos hemos aprendido que la obediencia debida puede ser indebida y sabemos que la omisión de una acción no nos vuelve virtuosos. Digo, de pronto la destinada a reina se confiesa sierva, pero no sierva de la más débil, sino de la más poderosa o de la que se presenta como candidata a ser más poderosa: sierva de la teología, sierva de la ciencia, sierva de la política, y en estos casos y en otros análogos y por encima de todo: sierva de la razón, y al bailar esos tangos de meta y ponga, vuelve otario al vivo y al reo gil. Todo es grupo, todo es falso, porque la actitud del achique no se produjo graciosamente o en tiempos de bonanza filosófica; al contrario, surgió cuando algunos teólogos lograron emanciparse de la filosofía y se propusieron sacarla de los curricula, o cuando otros tantos científicos no sólo se declararon independientes de ella sino que consideraron a la filosofía un obstáculo para la investigación o cuando un significativo número de políticos denunció la filosofía como mera ideología con efectos paralizantes. Y lo hizo, fingió achicarse, caminó mirando el suelo y arrimada a la pared, se abajó la pollera por donde nace el tobillo y después compró un bufoso y cachando al primer turro por amores contrariados le hizo perder la salud, y todo para no perder prerrogativas, estuvo ahí para marcar a herejes y paganos, para impugnar conocimientos alternativos y para darle la razón a su partido, y cantaba, pour la gallerie: no abandones tu costura a la luz de la modesta lamparita a kerosén, no la dejes a tu vieja, ni a tu calle, ni al convento, desechá los berretines y los novios milongueros…Y hasta se la vio vestida con librea de acomodador, indicándole sin embargo a cada cual su lugar, incluso al amo agradecido por sus servicios.

Postangos. El postango, invento de Gerardo Gandini anticipado por los arreglos que daban su color a cada orquesta típica, ofrece variaciones de los clásicos acoplándole recursos de los modernos. La Cumparsita, verbigracia, ya está inventada, pero ahora se la toca así, atonal y con reminiscencias de Pierrot lunar. El post es un neo, a no confundir con el de Matrix, aunque hay en cada caso una matriz que se postula verdadera, porque para cada hijo hay una sola madre, pobre mi madre querida cuántos disgustos le daba, y abundan los renacimientos epigonales: neo-hegelianismo, neo-kantismo, neo-tomismo, neo-marxismo, neo-positivismo, y hasta un neo-sofistismo, etcétera, los mismos tangos de antes, pero los neogogos no logran disipar las nubes de humo de los paleogogos y tanto las post-filosofías como la neo-filosofías bien pueden prescindir de los prefijos que las enfrentan, porque los tangos de Piazzola, que tantos juraron que no eran tangos, hoy comparten el Olimpo tanguero con los de Troilo y con los de Arolas y de Greco que Borges vio bailar en la vereda.

Pianté de la noria. Por ahí, de carambola, un día cualquiera uno se despierta y descubre venturoso que ha podido dejar la filosofía, mejor dicho: que la filosofía lo ha dejado a uno, y entonces canta con la inflexión justa: Victoria, saraca victoria, pianté de la noria, se fue mi mujer. Ha logrado liberarse (se ha visto liberado) del hechizo que ejercían sobre él algunas formas de expresión y puede volver a ver los amigos, vivir con mama otra vez, y sale silbando bajito, le enseñaron a ser vivo muchos vivos de verdad, no le gustan los boliches, que las copas charlan mucho y entre tragos se deschava lo que nunca se pensó, y da unos cuantos pasos en ese estado mezcla de Victoria y Bien pulenta, y se escucha, siempre supo escuchar mucho, nunca fue conversador, y cae en la cuenta de que Victoria y Bien pulenta también son tangos, y de que ha recaído en la maldición. Tomarle el pelo a la filosofía y por ese sólo hecho meterse con ella, lo ha hecho meter en ella, lo ha vuelto un poco filósofo o filósofo del todo, para sugerirle sin dolor y sin vergüenza que un síntoma (o criterio) de algo llamado filosofía consiste (y ha consistido), en encontrar una salida de la filosofía, cuando no meramente en encontrarse de sopetón fuera de ella, en alguna rama de la literatura fantástica o de cualquier otro árbol.

Daniel Vera