Oitenta e uma Pessoas distintas e um
só poeta verdadeiro
¿Quién es el poeta? O mejor, ¿de
dónde proceden los poemas? Desde tiempos muy remotos, quizás desde el
principio, la cuestión ha estado presente en algunas de las tradiciones que me
son familiares y por cierto de una manera muy cercana a la cuestión religiosa.
El aedo, el vate, el poeta-de-verdad no hablaban por ellos, sino que eran
inspirados por una energía superior que prometía verdad, a-letheia, vida sin olvido, a las palabras pronunciadas en ese
trance: Canta Musa la furia de Aquiles preludiaba
un hipotético Homero. Los profetas judíos también reproducían una voz más
poderosa: sólo un blasfemo atribuiría a Moisés las tablas de la Ley. No faltó
el escándalo cuando aparecieron, unos por aquí y otros por allá, los falsos
poetas y los falsos profetas, gentes ingeniosas o elocuentes, capaces de
emocionar o persuadir, pero que no decían la verdad, o lo que se tenía por
verdad, y en muchos casos ni siquiera pretendían decirla. Un filósofo los trató
de mentirosos y los echó de su autoritaria ciudad, algún jefe de iglesia o de
partido los excomulgó o algo peor. Pero, ya con un aire mundano o profano, la
Musa, o el Espíritu, vino a salvar a la mayoría y en general se entendió que no
eran responsables de lo que decían y se los ubicó en una clase social más o
menos prescindible: los artistas, unas veces adorados y otras veces execrados o
las dos asimetrías a la vez. Pero a todo esto ya había surgido de otra manera
el antiguo problema: el problema del autor. Harold Bloom ha dicho que el autor
es una invención del lector para hacer inteligible la experiencia literaria,
esto es, hay una mutua dependencia entre lo que se expresa o representa y quien
lo expresa o representa: ¿Qué sería un poema de amor sin un autor enamorado? La
confusión, acentuada por los románticos, entre el escriba, en su acepción de
copista o amanuense, y el protagonista de un poema ha causado más de un
malentendido, que ha perjudicado más que beneficiado a quienes son autores y a quien
aspira a serlo: son los riegos de una anfibología sostenida en general por la
vanidad y a veces por los derechos de autor. Enrique Santos Discépolo, el autor
de Yira, yira tenía una gran claridad
sobre el asunto y la expresaba en un diálogo con Carlos Gardel
(http://youtu.be/PZo4PvJsKs0). (este
tango, dicho sea de paso, le traía muchos disgustos a Tania, su mujer, porque
abundaban los aduladores distraídos que la llamaban “la musa de Discépolo”.)
En el
aspecto que me interesa el problema del autor, que no pretendo solucionar, sino
apenas describir, es análogo al del nombre propio. En el uso más común se llama nombre propio una
institución jurídica que recoge diversas supersticiones que sostienen un
vínculo natural entre el nombre y la cosa, en este caso la persona nombrada.
Así, el nombre se entiende como atributo de la personalidad, signo con el que
se individualiza una persona en el seno de una comunidad, antes para exigir el
cumplimiento de sus deberes que para permitir el ejercicio de sus derechos,
aunque se lo considera un derecho fundamental desde el nacimiento del individuo
y que se prolonga más allá de su muerte hasta el fin de los tiempos; como
sabemos está compuesto entre nosotros por el nombre de pila, cuya denominación
alude a la pila bautismal, impuesto por los padres y anotado en el registro
civil, distinto de los nombres de sus eventuales hermanos, al que se agrega el
patronímico o apellido, que en el caso de las mujeres se exigía modificar para
transparentar cambios de estado civil. Dada su importancia el nombre propio es
objeto de numerosas garantías, que llegan a sobrepasar la voluntad de su
tenedor: se lo considera inmutable, imprescriptible, inalienable, inestimable,
irrenunciable e intransmisible. Esto es, no puede ser alterado, salvo
excepciones detalladas por ley; su titular no puede dejar de ejercerlo y él o
sus herederos pueden reclamarlo indefinidamente; a diferencia de lo que ocurre
con las marcas comerciales, no se lo se puede negociar, no se lo puede transferir
ni se lo puede cotizar, aunque el ‘buen nombre y honor’ pueda exigir
indemnización cuando es mancillado por un tercero; por último no es posible
utilizar un nombre ajeno (delito de sustracción de identidad) y, con muy pocas
salvedades, no es posible renunciar al que se tiene (como se habrá advertido
las características más rigurosas del nombre se aplican con mayor propiedad al
tipo y número de documento de identidad establecido por un régimen burocrático
impersonal y también que esas características pueden aplicarse a la autoría). Desde
un punto de vista lógico el nombre propio es cuestión discutida sin término, y
acaso su reducción al absurdo, si no su solución, la señale el inefable Crátilo, discípulo de
Heráclito, que ante el vertiginoso
devenir renunció a las palabras para nombrar las cosas y se limitó utilizar su
dedo índice; en suma, un extremo
nominalismo requeriría un nombre para cada cosa y cada parte de cosas y cada
clase de cosas, etcétera, en tanto que una completa determinación autoral sensu stricto, con autores-sujetos de
poema, en la mayoría de los casos con existencia meramente literaria como
Monsieur Teste o Abel Martín, requeriría un autor para cada poema, y aún para
cada verso, ya que no hay biografía, salvo la de un dios, Diónysos, capaz de
soportar las peripecias y las perspectivas asumidas por un poeta a lo largo de
su obra, pero sabemos por el mito que ese mismo dios terminó despedazado; de
ahí y de aquí que el nombre de un poeta tenga muchos ecos y no siempre los
admiradores de un autor valoren la misma parte de su obra y se detengan ante
los mismas entonaciones. Lo ideal, que nunca es lo practicable o lo
psicológicamente tolerable, no es tampoco lo posible en las situaciones del
nombre y del autor, sería construir mediante números y fracciones de números y
clases de números, relaciones unívocas, recíprocas e intransitivas entre las
cosas y sus nombres, entre los poemas y sus autores, aunque que el resultado dejaría
mucho que desear, porque como alguien notó –creo que fue Bertrand Russell a
propósito de un teorema de Cantor- hay más clases de números que números, y,
análogamente, hay más autores que poemas, como lo muestra el ingenioso equívoco
entre Pierre Menard y Miguel de Cervantes.
Algunos poetas habiendo advertido la
incongruencia entre lo que escribían y sus nombres civiles o religiosos,
oficialmente tenidos como sus verdaderos nombres –sus ortónimos- y según cree una superstición muy extendida,
denominadores de quienes verdaderamente son, se inventaron nombres de autores
para atribuirles los poemas y dejaron de lado, pudorosamente o no tanto, las
partidas de nacimiento o las actas de bautismo para firmar sus creaciones con
denominaciones más eufónicas y sugerentes Félix Rubén García Sarmiento, Neftali Ricardo Reyes Basoalto, por tomar sólo dos ejemplos,
no sin diplomacia eligieron
respectivamente los nombres de Rubén Darío y Pablo Neruda. El resultado no fue del todo
satisfactorio, Darío se vio obligado a declarar que era el mismo que ayer nomás decía versos azules y canciones profanas cuando se
convirtió a la vida y a la esperanza y su decir no era, evidentemente, el mismo
del mismo, en tanto que Neruda recurrió al anonimato y a un presunto grado de
capitán para algunos de sus versos. En estos casos, pese al esfuerzo, no sé
pasó del pseudónimo, nom de guerre, y
la crítica los asimila a la generalidad y
mesuradamente distingue entre periodos o tendencias de un mismo autor, acaso
para evitar el embrollo de postular dos autores para una misma obra, ya que
quien dice dos, dice innumerables autores; más bien cada crítico, cada lector,
asume el derecho de encontrar a su autor detrás del autor.
Fernando António Nogueira de Seabra Pessoa intentó otro camino, uno que acabo
de enunciar como fantástico: remitir cada creación a su autor, para lo cual se
llamó poeta dramático: “tenho continuamente em tudo quanto escrevo,
a exaltação íntima de
poeta e a despersonalização de
dramaturgo…munido de esta chave pode abrir lentamente todas as fechaduras de
mina expressão…como poeta sinto…como poeta dramático, sinto despegando-me de
mim…como dramático (sem poeta), transmudo automáticamente o que sinto para uma
expressão alheia ao que sentí, construindo na emoção uma pessoa inexistente que
a sentisse verdadeiramente, e por isso sentisse en derivação, outras emoções que
eu, puramente eu, me esquecí de sentir”. Los nombres de estas personas –estas pessoas-
Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis son las más conocidas pero en
un artículo de la Wikipedia se enumeran hasta 81 y podrían postularse más, “estes
nomes, não são pseudónimos, representan pessoas…que devem ser consideradas como
distintas do autor delas. Forma cada uma uma espécie de drama…É um drama em
gente, em vez de em actos.”. De la figura shakespereana a la comparación
con Shakespeare hay apenas un paso: “Isso
[a obra de Caeiro, Reis, Campos et alia] é sentida na pessoa de outro, é
escrito dramáticamente, mas é sincero (no meu grave sentido da palavra), como é
sincero o que diz o Rei Lear, que não é Shakespeare, mas uma criação dele.”
Un breve
excursus sobre el no ser seudónimos de tales nombres, a los que se conoce como
heterónimos, antes de volver a Shakespeare,
y por intercesión de Borges, a la salida poética sub especie teológica
que ensayo asignar a Pessoa. La heteronimia, tanto en español como en
portugués, es la formación de género por palabras de raíz diferente:
hombre-mujer, toro-vaca. Heterónimo como sustantivo es rápidamente asimilado a
seudónimo por el diccionario de la Real Academia, en tanto que el Dicionário
Aurélio da Língua Portuguesa incluye un artículo que resulta muy adecuado para
mis fines:”Outro nome, imaginário, que um
homem de letras empresta a certas obras suas, atribuindo a ese autor por ele
criado qualidades e tendencias leterárias próprias, individuais, diferentes das
do criador” esta acepción de la palabra:”parece haber começado a circular após o surgimento de F. P, (1888-1935)
. que, além de usar o próprio nome en diversas produçoes, muitas assinou com os
nomes A de C, A. C., R. R., e outros, poeta cada um de estes, de
características bem individuais, tanto nos meios expresivos quanto na
substancia, e até com biografías, curiosamente inventadas por F. P. Nessa
diferença de características entre as obras das criaturas e a do criador é que
reside a dintinçao entre o heterónimo e o pseudónimo.”. En efecto,
seudónimo se dice de un nombre llamado falso que oculta uno considerado
verdadero, pero el heterónimo también se opone al alias [Al Capone, alias Cara Cortada, Duns Scotto
alias Doctor Sutilis), y al hipocorístico, por imitación al lenguaje de los
niños pequeños, Goyo por Gregorio, Toño por Antonio, a veces difíciles de
reconocer como Pepe por José o Pancho por Francisco, y otras veces aplicados a
diversos nombres, como Cacho, que lo he conocido aplicado a Oscar, a Jacinto, a
Carlos y a algún otro; todos estos tienen la pretensión (o el inconveniente) de
ser diferentes denominaciones del mismo sujeto o de los mismos sujetos:
heterónimo, tal como lo interpreto en este contexto no es “otro nombre”, sino
“nombre de otro”, nombre propio de otra persona, aunque imaginaria. La
aspiración de Pessoa era distinguir mediante el nombrar, dada su confianza en
el poder instaurador del lenguaje:
Saudades, só porugueses
Conseguem sentí-las bem,
Porque tem essa palabra
Para dizer que as tem.
Supongo que muy pronto se dio cuenta de la dimensión irrealizable
de su proyecto y comenzó a elaborar otra estrategia, quizás alguno de esos
autores tomó el camino de la despersonalización y lo fue llevando al extremo.
Borges en un ensayo publicado en 1952, De
alguien a nadie, recuerda, a propósito de Shakespeare, el devenir de los
nombres de Dios, desde el plural del comienzo, Elohim, los dioses, “plural que algunos llaman de majestad y otros de plenitud y en el que se ha
creído ver un eco de antiguos politeísmos o una premonición de la doctrina
declarada en Nicea, de que Dios es uno y es tres” (OC II 115) hasta que un
autor desconocido del siglo V, nombrado en las bibliografías como
Pseudo-Dionysios, por habérselo confundido siglos más tarde con Dionisio obispo
de Atenas, seguidor de San Pablo, llamado Areopagita, por haber escuchado la
prédica del apóstol en el Areópago, postuló la imposibilidad de una atribución
nominal a Dios. Para
Borges esto que llama magnificación de
la nada, es propio de todos los cultos y se transparenta en el caso de
Shakespeare, quien para Coleridge ya no es un hombre sino “una variación literaria del infinito”.
Sospecho que para Pessoa, para uma
de suas pessoas, “ o para más de una, “a
vida e feita de nadas” y así Alvaro de Campos escribía:
Não sou nada.
Nunca
serei nada.
Não
posso querer ser nada.
À
parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Esto
es, que la despersonalización –advertida al comienzo como la posibilidad de
impostar otras personas, de representar un poeta que escribía mejor que Pessoa
y otro que escribía peor, de multiplicarse y henchir el de por sí copioso mundo
de la poesía- esa despersonalización llevada al extremo, cuando dejaba de ser
Pessoa y cualquiera de sus otras pessoas le permitía tener ‘todos los sueños
del mundo’, le permitía ser el autor de todos los poemas. Quiero decir que esta
nihilización no era un descenso o una privación, sino más bien una exaltación,
un supremo e inquietante ascenso: tenemos la tendencia a hablar de ‘la’ nada,
como si fuera una cosa más, una cosa degradada y mísera, pero la teología
negativa dice que Dios no es una cosa y el humanismo existencialista cuando se
niega a naturalizar o esencializar al hombre, dice que el hombre no es una cosa.
Pessoa, con gestos diferentes pero con idéntica pasión a la del Nietzsche de
Nehamas, trasponía así el frágil mundo de las criaturas de carne y hueso y se
escribía o inscribía en la leyenda, en lo que es dado a leer, literatura. Voy a
seguirlo en unos pocos poemas que sus editores ubican entre los inéditos l930 a
1935.
No
encuentro en Pessoa ingenuidad ni locura, pero sí ironía:
Ja ouvi doze veces dar a hora
No relógio que diz que é meio-dia
A toda gente que aquí perto mora
(O comentario é de Camões agora:)
“Tanto que espera! Tanto que
confía!”
Como o Camões, qualquer podía
Ter dito aquilo, até a outrora.
E ainda é uma grande coisa a ironia.
En las viejas retóricas se llama a la
ironía ‘inversio’, y se estipula que
el ironista quiere decir lo contrario de lo que dice, mecanismo con el cual en
apariencia desarmamos la ironía, pero que en rigor nos hace sus víctimas. Lo
más que se puede afirmar de la ironía sin caer en sus redes es que sugiere algo
distinto de lo que dice, y en eso se parece a la metáfora, quizás con el
agravante de que es regularmente más difícil identificar un uso irónico que un
uso metafórico de una expresión. Y esto entraña un doble riesgo, para el autor,
de que se tome por ironía lo que dice en serio y viceversa, y para el lector el
tomar por serio lo irónico y viceversa. Pero a la vez la ironía es un refugio
seguro, pues cuando decimos una estupidez demasiado grande podemos decir que
estamos ironizando, por tantas veces que nuestras ironías pasaron inadvertidas
y quedamos como estúpidos. Aquí sólo cabe aplicar el principio de caridad y
suponer lo mejor para el autor que estamos suponiendo. En la poesía, en la ficción, no hay límite
entre lo real y lo posible y ni siquiera entre lo imposible y lo necesario:
estas distinciones atañen al mundo del sentido común, al mundo de la práctica,
y al mundo de la ciencia. Los efectos poéticos pueden lograrse por simular
cualquiera de los mundos o por apartarse rigurosamente de todos:
Sou um evadido.
Logo que nasci
Fecharam-me em mim,
Ah, mas eu fugi.
Se a gente se cansa
Do mesmo lugar,
Do mesmo ser
Por que não se cansar?
Mina alma procura-me
Mas eu ando a monte,
Oxalá que ela
Nunca me encontre.
Ser um é cadeia,
Ser eu não é ser.
Vivirei fugindo
Mas vivo a valer.
Esta
declaración es equivalente a la declaración de Platón, gran ironista, discípulo
del acaso máximo ironista, quien escribió que en ninguno de sus textos se
enunciaba la filosofía platónica. Aquí Pessoa nos advierte que el está en otra
parte, siempre en otra parte, nunca aquí. O como escribió otra de sus pessoas, Bernardo Soares, es ‘verdaderamente el centro que no existe sino
como convención en la geometría del abismo’. Este no ser, que no es tampoco
ser algo que no es, acaso sólo pueda expresarse con la retórica de Plotino,
quien decía que el Uno no era ser ni no ser porque como sujeto estaba en un
nivel distinto que el predicado.
Entiendo que la ‘despersonalización’, la ‘nihilización’ está íntimamente
ligada a la creación (Mallarmé decía que la destrucción había sido su Beatriz).
Esto es, no hay creación sino es a partir de nada. Según Juan David García
Bacca, Dios, antes de crear el mundo, hubo de crear la nada, pues de lo
contrario no habría habido lugar para el mundo: esta figura del vaciamiento se
denomina en retórica kenosis, y es explicado por Harold Bloom:
Término derivado de la
discusión en torno al sentido de la frase contenida en Filipenses 2:6: “Él, que era de condición divina, no consideró esta
igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se
anonadó (ekenosen) a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”. En
cierto sentido, la kenosis es Dios menos algo: Dios se sustrae algunos
atributos de la divinidad para convertirse en hombre”
La
novedad instaura ser, es ontológicamente enriquecedora, pero para habitar en un
mundo henchido y rebosante, debe procurarse un nicho, un agujero. ‘Pessoa’, persona, es en su origen máscara. El
poeta dramático para ponerse la ‘máscara’ de sus criaturas, sus outras pessoas, debe quitarse siquiera
metafóricamente la propia, en el ejercicio se da cuenta de que ese quitar no lo
empobrece. Todo lo contrario:
Quero, terei—
Se não
aquí,
Noutro lugar que inda nao sei.
Nada perdí.
Tudo serei.
El
juego es literario, es poético, pero es también vital –pero de esa vida
paradójica, que en términos de Rimbaud “está
en otra parte”:
O poeta é um fingidor
Finge tão completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente
E os que lêem o que escreve,
Na dor lida sentem bem,
Não as duas que ele teve,
Mas só a que eles não têm.
E assim nas calhas de roda
Gira, a entreter a razão,
Esse comboio de corda
Que se chama coração.
Tal vez he enredado en
demasía la cuestión. Intentaré salir del laberinto apelando a una terminología
aristotélico-escolástica, donde el principio de individuación no es la materia
sino otra forma: el alma individual o personal, lo que coronaré con un texto de
aquel pseudo-Dyonisios que antes mencioné. Pessoa o quien sea, el amanuense o
escriba, es la causa eficiente de los poemas, estos tienen además una causa
formal individual, que es éste o aquél de los nombrados por los heterónimos; en
la multitud, la persona de Pessoa es una más entre las personas de los
personajes de Pessoa, y es inevitable preguntarse por la causa de las causas
formales, por la causa última o primera, esto es, preguntarse á la Borges ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y sueño y sombra y
agonías?. Es entonces cuando acudo al falso areopagita:
"Todavía más arriba, en la
ascensión, decimos de ella, la causa universal, que no es alma ni espíritu; no
se le atribuye ni imaginación, ni opinión, ni razón o pensamiento, ni se puede
equiparar con la razón y el pensamiento, ni puede ser dicha ni pensada. No es
número, ni orden; ni magnitud, ni pequeñez; ni igualdad, ni desigualdad, ni
semejanza ni desemejanza. No tiene un lugar fijo, ni se mueve; no reposa. No se
le puede atribuir potencia, ni es idéntica con la potencia, ni con la luz. Ni
está viva, ni es idéntica con la vida, ni con la luz. No es Ser, ni eternidad,
ni tiempo, ni puede ser comprendida ni conocida por el pensamiento; ni puede
ser equiparada con la verdad, ni con el poder, ni con la sabiduría. No es ni
uno, ni unidad, ni divinidad, ni bondad; tampoco es espíritu en el sentido en
que entendemos esta expresión, ni puede ser equiparada con el hecho de ser hijo
ni con el de ser padre, ni con ninguna otra cosa, ni con ningún otro ser del
que podamos poseer conocimiento. No pertenece ni al ámbito de lo que no existe,
ni al de lo que existe. Se sustrae a cualquier determinación, denominación y
conocimiento. No puede ser equiparada ni a las tinieblas ni a la luz, ni al error
ni a la verdad. No se le puede atribuir ni dejar de atribuir nada."
O
resumido todo en un poema del Poeta:
Que suave é o ar! Como parece
Que tudo é bom na vida que há!
Assim meu coração pudesse
Sentir essa certeza já.
Mas não;
ou seja a selva escura
Ou seja um Dante mais diverso,
A alma é literatura
E tudo acaba en nada e verso.
Muchas
gracias.
Daniel Vera,
Córdoba 2013