lunes, 12 de mayo de 2014

Origami


A Gabriel  Yasukawa
Plegador de papel

En pliegues de papel arte despliega
Con delicado acento. Sueños son
De sueño creador y precisión.
Figuras que figura mientras juega.

Azar ni caos ni fortuna ciega
Rigen su rigurosa creación:
Encuentro de belleza con razón
Súbita claridad de cielo agrega.

¿Qué ha de ser si no luz de poesía
Encarnada en papel, que se reparte
En múltiples criaturas?  Y alegría,

Porque sin ella apenas hay baluarte.
Con delicado acento, melodía

En pliegues de papel despliega arte.

miércoles, 1 de enero de 2014

Oitenta e uma Pessoas distintas e um só poeta verdadeiro
         ¿Quién es el poeta? O mejor, ¿de dónde proceden los poemas? Desde tiempos muy remotos, quizás desde el principio, la cuestión ha estado presente en algunas de las tradiciones que me son familiares y por cierto de una manera muy cercana a la cuestión religiosa. El aedo, el vate, el poeta-de-verdad no hablaban por ellos, sino que eran inspirados por una energía superior que prometía verdad, a-letheia, vida sin olvido, a las palabras pronunciadas en ese trance: Canta Musa la furia de Aquiles preludiaba un hipotético Homero. Los profetas judíos también reproducían una voz más poderosa: sólo un blasfemo atribuiría a Moisés las tablas de la Ley. No faltó el escándalo cuando aparecieron, unos por aquí y otros por allá, los falsos poetas y los falsos profetas, gentes ingeniosas o elocuentes, capaces de emocionar o persuadir, pero que no decían la verdad, o lo que se tenía por verdad, y en muchos casos ni siquiera pretendían decirla. Un filósofo los trató de mentirosos y los echó de su autoritaria ciudad, algún jefe de iglesia o de partido los excomulgó o algo peor. Pero, ya con un aire mundano o profano, la Musa, o el Espíritu, vino a salvar a la mayoría y en general se entendió que no eran responsables de lo que decían y se los ubicó en una clase social más o menos prescindible: los artistas, unas veces adorados y otras veces execrados o las dos asimetrías a la vez. Pero a todo esto ya había surgido de otra manera el antiguo problema: el problema del autor. Harold Bloom ha dicho que el autor es una invención del lector para hacer inteligible la experiencia literaria, esto es, hay una mutua dependencia entre lo que se expresa o representa y quien lo expresa o representa: ¿Qué sería un poema de amor sin un autor enamorado? La confusión, acentuada por los románticos, entre el escriba, en su acepción de copista o amanuense, y el protagonista de un poema ha causado más de un malentendido, que ha perjudicado más que beneficiado a quienes son autores y a quien aspira a serlo: son los riegos de una anfibología sostenida en general por la vanidad y a veces por los derechos de autor. Enrique Santos Discépolo, el autor de Yira, yira tenía una gran claridad sobre el asunto y la expresaba en un diálogo con Carlos Gardel (http://youtu.be/PZo4PvJsKs0).  (este tango, dicho sea de paso, le traía muchos disgustos a Tania, su mujer, porque abundaban los aduladores distraídos que la llamaban “la musa de Discépolo”.)
            En el aspecto que me interesa el problema del autor, que no pretendo solucionar, sino apenas describir, es análogo al del nombre propio.  En el uso más común se llama nombre propio una institución jurídica que recoge diversas supersticiones que sostienen un vínculo natural entre el nombre y la cosa, en este caso la persona nombrada. Así, el nombre se entiende como atributo de la personalidad, signo con el que se individualiza una persona en el seno de una comunidad, antes para exigir el cumplimiento de sus deberes que para permitir el ejercicio de sus derechos, aunque se lo considera un derecho fundamental desde el nacimiento del individuo y que se prolonga más allá de su muerte hasta el fin de los tiempos; como sabemos está compuesto entre nosotros por el nombre de pila, cuya denominación alude a la pila bautismal, impuesto por los padres y anotado en el registro civil, distinto de los nombres de sus eventuales hermanos, al que se agrega el patronímico o apellido, que en el caso de las mujeres se exigía modificar para transparentar cambios de estado civil. Dada su importancia el nombre propio es objeto de numerosas garantías, que llegan a sobrepasar la voluntad de su tenedor: se lo considera inmutable, imprescriptible, inalienable, inestimable, irrenunciable e intransmisible. Esto es, no puede ser alterado, salvo excepciones detalladas por ley; su titular no puede dejar de ejercerlo y él o sus herederos pueden reclamarlo indefinidamente; a diferencia de lo que ocurre con las marcas comerciales, no se lo se puede negociar, no se lo puede transferir ni se lo puede cotizar, aunque el ‘buen nombre y honor’ pueda exigir indemnización cuando es mancillado por un tercero; por último no es posible utilizar un nombre ajeno (delito de sustracción de identidad) y, con muy pocas salvedades, no es posible renunciar al que se tiene (como se habrá advertido las características más rigurosas del nombre se aplican con mayor propiedad al tipo y número de documento de identidad establecido por un régimen burocrático impersonal y también que esas características pueden aplicarse a la autoría). Desde un punto de vista lógico el nombre propio es cuestión discutida sin término, y acaso su reducción al absurdo, si no su solución,  la señale el inefable Crátilo, discípulo de Heráclito,  que ante el vertiginoso devenir renunció a las palabras para nombrar las cosas y se limitó utilizar su dedo índice; en suma,  un extremo nominalismo requeriría un nombre para cada cosa y cada parte de cosas y cada clase de cosas, etcétera, en tanto que una completa determinación autoral sensu stricto, con autores-sujetos de poema, en la mayoría de los casos con existencia meramente literaria como Monsieur Teste o Abel Martín, requeriría un autor para cada poema, y aún para cada verso, ya que no hay biografía, salvo la de un dios, Diónysos, capaz de soportar las peripecias y las perspectivas asumidas por un poeta a lo largo de su obra, pero sabemos por el mito que ese mismo dios terminó despedazado; de ahí y de aquí que el nombre de un poeta tenga muchos ecos y no siempre los admiradores de un autor valoren la misma parte de su obra y se detengan ante los mismas entonaciones. Lo ideal, que nunca es lo practicable o lo psicológicamente tolerable, no es tampoco lo posible en las situaciones del nombre y del autor, sería construir mediante números y fracciones de números y clases de números, relaciones unívocas, recíprocas e intransitivas entre las cosas y sus nombres, entre los poemas y sus autores, aunque que el resultado dejaría mucho que desear, porque como alguien notó –creo que fue Bertrand Russell a propósito de un teorema de Cantor- hay más clases de números que números, y, análogamente, hay más autores que poemas, como lo muestra el ingenioso equívoco entre Pierre Menard y Miguel de Cervantes.

 Algunos poetas habiendo advertido la incongruencia entre lo que escribían y sus nombres civiles o religiosos, oficialmente tenidos como sus verdaderos nombres –sus ortónimos- y según  cree una superstición muy extendida, denominadores de quienes verdaderamente son, se inventaron nombres de autores para atribuirles los poemas y dejaron de lado, pudorosamente o no tanto, las partidas de nacimiento o las actas de bautismo para firmar sus creaciones con denominaciones más eufónicas y sugerentes Félix Rubén García Sarmiento, Neftali Ricardo Reyes Basoalto, por tomar sólo dos ejemplos, no sin  diplomacia eligieron respectivamente los nombres de Rubén Darío y Pablo Neruda. El resultado no fue del todo satisfactorio, Darío se vio obligado a declarar que era el mismo que ayer nomás decía versos azules y canciones profanas cuando se convirtió a la vida y a la esperanza y su decir no era, evidentemente, el mismo del mismo, en tanto que Neruda recurrió al anonimato y a un presunto grado de capitán para algunos de sus versos. En estos casos, pese al esfuerzo, no sé pasó del pseudónimo, nom de guerre, y la crítica los asimila a la generalidad  y mesuradamente distingue entre periodos o tendencias de un mismo autor, acaso para evitar el embrollo de postular dos autores para una misma obra, ya que quien dice dos, dice innumerables autores; más bien cada crítico, cada lector, asume el derecho de encontrar a su autor detrás del autor.
 Fernando António Nogueira de Seabra Pessoa intentó otro camino, uno que acabo de enunciar como fantástico: remitir cada creación a su autor, para lo cual se llamó poeta  dramático: “tenho continuamente em tudo quanto escrevo, a exaltação íntima de poeta e a despersonalização de dramaturgo…munido de esta chave pode abrir lentamente todas as fechaduras de mina expressão…como poeta sinto…como poeta dramático, sinto despegando-me de mim…como dramático (sem poeta), transmudo automáticamente o que sinto para uma expressão alheia ao que sentí, construindo na emoção uma pessoa inexistente que a sentisse verdadeiramente, e por isso sentisse en derivação, outras emoções que eu, puramente eu, me esquecí de sentir”. Los nombres de estas personas –estas pessoas- Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis son las más conocidas pero en un artículo de la Wikipedia se enumeran hasta 81 y podrían postularse más,  “estes nomes, não são pseudónimos, representan pessoas…que devem ser consideradas como distintas do autor delas. Forma cada uma uma espécie de drama…É um drama em gente, em vez de em actos.”. De la figura shakespereana a la comparación con Shakespeare hay apenas un paso: “Isso [a obra de Caeiro, Reis, Campos et alia] é sentida na pessoa de outro, é escrito dramáticamente, mas é sincero (no meu grave sentido da palavra), como é sincero o que diz o Rei Lear, que não é Shakespeare, mas uma criação dele.”  
Un breve excursus sobre el no ser seudónimos de tales nombres, a los que se conoce como heterónimos, antes de volver a Shakespeare,  y por intercesión de Borges, a la salida poética sub especie teológica que ensayo asignar a Pessoa. La heteronimia, tanto en español como en portugués, es la formación de género por palabras de raíz diferente: hombre-mujer, toro-vaca. Heterónimo como sustantivo es rápidamente asimilado a seudónimo por el diccionario de la Real Academia, en tanto que el Dicionário Aurélio da Língua Portuguesa incluye un artículo que resulta muy adecuado para mis fines:”Outro nome, imaginário, que um homem de letras empresta a certas obras suas, atribuindo a ese autor por ele criado qualidades e tendencias leterárias próprias, individuais, diferentes das do criador” esta acepción de la palabra:”parece haber começado a circular após o surgimento de F. P, (1888-1935) . que, além de usar o próprio nome en diversas produçoes, muitas assinou com os nomes A de C, A. C., R. R., e outros, poeta cada um de estes, de características bem individuais, tanto nos meios expresivos quanto na substancia, e até com biografías, curiosamente inventadas por F. P. Nessa diferença de características entre as obras das criaturas e a do criador é que reside a dintinçao entre o heterónimo e o pseudónimo.”. En efecto, seudónimo se dice de un nombre llamado falso que oculta uno considerado verdadero, pero el heterónimo también se opone al alias  [Al Capone, alias Cara Cortada, Duns Scotto alias Doctor Sutilis), y al hipocorístico, por imitación al lenguaje de los niños pequeños, Goyo por Gregorio, Toño por Antonio, a veces difíciles de reconocer como Pepe por José o Pancho por Francisco, y otras veces aplicados a diversos nombres, como Cacho, que lo he conocido aplicado a Oscar, a Jacinto, a Carlos y a algún otro; todos estos tienen la pretensión (o el inconveniente) de ser diferentes denominaciones del mismo sujeto o de los mismos sujetos: heterónimo, tal como lo interpreto en este contexto no es “otro nombre”, sino “nombre de otro”, nombre propio de otra persona, aunque imaginaria. La aspiración de Pessoa era distinguir mediante el nombrar, dada su confianza en el poder instaurador del lenguaje:
Saudades, só porugueses
Conseguem sentí-las bem,
Porque tem essa palabra
Para dizer que as tem.

Supongo que muy pronto se dio cuenta de la dimensión irrealizable de su proyecto y comenzó a elaborar otra estrategia, quizás alguno de esos autores tomó el camino de la despersonalización y lo fue llevando al extremo. Borges en un ensayo publicado en 1952, De alguien a nadie, recuerda, a propósito de Shakespeare, el devenir de los nombres de Dios, desde el plural del comienzo, Elohim, los dioses, “plural que algunos llaman de majestad y otros de plenitud y en el que se ha creído ver un eco de antiguos politeísmos o una premonición de la doctrina declarada en Nicea, de que Dios es uno y es tres” (OC II 115) hasta que un autor desconocido del siglo V, nombrado en las bibliografías como Pseudo-Dionysios, por habérselo confundido siglos más tarde con Dionisio obispo de Atenas, seguidor de San Pablo, llamado Areopagita, por haber escuchado la prédica del apóstol en el Areópago, postuló la imposibilidad de una atribución nominal a Dios. Para Borges esto que  llama magnificación de la nada, es propio de todos los cultos y se transparenta en el caso de Shakespeare, quien para Coleridge ya no es un hombre sino “una variación literaria del infinito”.
Sospecho que para Pessoa, para uma de suas pessoas, “ o para más de una, “a vida e feita de nadas” y así Alvaro de Campos escribía:
Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Esto es, que la despersonalización –advertida al comienzo como la posibilidad de impostar otras personas, de representar un poeta que escribía mejor que Pessoa y otro que escribía peor, de multiplicarse y henchir el de por sí copioso mundo de la poesía- esa despersonalización llevada al extremo, cuando dejaba de ser Pessoa y cualquiera de sus otras pessoas le permitía tener ‘todos los sueños del mundo’, le permitía ser el autor de todos los poemas. Quiero decir que esta nihilización no era un descenso o una privación, sino más bien una exaltación, un supremo e inquietante ascenso: tenemos la tendencia a hablar de ‘la’ nada, como si fuera una cosa más, una cosa degradada y mísera, pero la teología negativa dice que Dios no es una cosa y el humanismo existencialista cuando se niega a naturalizar o esencializar al hombre, dice que el hombre no es una cosa. Pessoa, con gestos diferentes pero con idéntica pasión a la del Nietzsche de Nehamas, trasponía así el frágil mundo de las criaturas de carne y hueso y se escribía o inscribía en la leyenda, en lo que es dado a leer, literatura. Voy a seguirlo en unos pocos poemas que sus editores ubican entre los inéditos l930 a 1935.
No encuentro en Pessoa ingenuidad ni locura, pero sí ironía:
Ja ouvi doze veces dar a hora
No relógio que diz que é meio-dia
A toda gente que aquí perto mora
(O comentario é de Camões agora:)
“Tanto que espera! Tanto que confía!”
Como o Camões, qualquer podía
Ter dito aquilo, até a outrora.

E ainda é uma grande coisa a ironia.

            En las viejas retóricas se llama a la ironía ‘inversio’, y se estipula que el ironista quiere decir lo contrario de lo que dice, mecanismo con el cual en apariencia desarmamos la ironía, pero que en rigor nos hace sus víctimas. Lo más que se puede afirmar de la ironía sin caer en sus redes es que sugiere algo distinto de lo que dice, y en eso se parece a la metáfora, quizás con el agravante de que es regularmente más difícil identificar un uso irónico que un uso metafórico de una expresión. Y esto entraña un doble riesgo, para el autor, de que se tome por ironía lo que dice en serio y viceversa, y para el lector el tomar por serio lo irónico y viceversa. Pero a la vez la ironía es un refugio seguro, pues cuando decimos una estupidez demasiado grande podemos decir que estamos ironizando, por tantas veces que nuestras ironías pasaron inadvertidas y quedamos como estúpidos. Aquí sólo cabe aplicar el principio de caridad y suponer lo mejor para el autor que estamos suponiendo.  En la poesía, en la ficción, no hay límite entre lo real y lo posible y ni siquiera entre lo imposible y lo necesario: estas distinciones atañen al mundo del sentido común, al mundo de la práctica, y al mundo de la ciencia. Los efectos poéticos pueden lograrse por simular cualquiera de los mundos o por apartarse rigurosamente de todos:
Sou um evadido.
Logo que nasci
Fecharam-me em mim,
Ah, mas eu fugi.

Se a gente se cansa
Do mesmo lugar,
Do mesmo ser
Por que não se cansar?

Mina alma procura-me
Mas eu ando a monte,
Oxalá que ela
Nunca me encontre.

Ser um é cadeia,
Ser eu não é ser.
Vivirei fugindo
Mas vivo a valer.
Esta declaración es equivalente a la declaración de Platón, gran ironista, discípulo del acaso máximo ironista, quien escribió que en ninguno de sus textos se enunciaba la filosofía platónica. Aquí Pessoa nos advierte que el está en otra parte, siempre en otra parte, nunca aquí. O como escribió otra de sus pessoas, Bernardo Soares, es ‘verdaderamente el centro que no existe sino como convención en la geometría del abismo’. Este no ser, que no es tampoco ser algo que no es, acaso sólo pueda expresarse con la retórica de Plotino, quien decía que el Uno no era ser ni no ser porque como sujeto estaba en un nivel distinto que el predicado.  Entiendo que la ‘despersonalización’, la ‘nihilización’ está íntimamente ligada a la creación (Mallarmé decía que la destrucción había sido su Beatriz). Esto es, no hay creación sino es a partir de nada. Según Juan David García Bacca, Dios, antes de crear el mundo, hubo de crear la nada, pues de lo contrario no habría habido lugar para el mundo: esta figura del vaciamiento se denomina en retórica kenosis, y es explicado por Harold Bloom:
    Término derivado de la discusión en torno al sentido de la frase contenida en Filipenses 2:6: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó (ekenosen) a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”. En cierto sentido, la kenosis es Dios menos algo: Dios se sustrae algunos atributos de la divinidad para convertirse en hombre”
La novedad instaura ser, es ontológicamente enriquecedora, pero para habitar en un mundo henchido y rebosante, debe procurarse un nicho, un agujero.  ‘Pessoa’, persona, es en su origen máscara. El poeta dramático para ponerse la ‘máscara’ de sus criaturas, sus outras pessoas, debe quitarse siquiera metafóricamente la propia, en el ejercicio se da cuenta de que ese quitar no lo empobrece. Todo lo contrario:
Quero, terei—
Se não aquí,
Noutro lugar que inda nao sei.
Nada perdí.
Tudo serei.
El juego es literario, es poético, pero es también vital –pero de esa vida paradójica, que en términos de Rimbaud “está en otra parte”:
O poeta é um fingidor
Finge tão completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente
E os que lêem o que escreve,
Na dor lida sentem bem,
Não as duas que ele teve,
Mas só a que eles não têm.
E assim nas calhas de roda
Gira, a entreter a razão,
Esse comboio de corda
Que se chama coração
.
Tal vez he enredado en demasía la cuestión. Intentaré salir del laberinto apelando a una terminología aristotélico-escolástica, donde el principio de individuación no es la materia sino otra forma: el alma individual o personal, lo que coronaré con un texto de aquel pseudo-Dyonisios que antes mencioné. Pessoa o quien sea, el amanuense o escriba, es la causa eficiente de los poemas, estos tienen además una causa formal individual, que es éste o aquél de los nombrados por los heterónimos; en la multitud, la persona de Pessoa es una más entre las personas de los personajes de Pessoa, y es inevitable preguntarse por la causa de las causas formales, por la causa última o primera, esto es, preguntarse á la Borges ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y sueño y sombra y agonías?. Es entonces cuando acudo al falso areopagita:
"Todavía más arriba, en la ascensión, decimos de ella, la causa universal, que no es alma ni espíritu; no se le atribuye ni imaginación, ni opinión, ni razón o pensamiento, ni se puede equiparar con la razón y el pensamiento, ni puede ser dicha ni pensada. No es número, ni orden; ni magnitud, ni pequeñez; ni igualdad, ni desigualdad, ni semejanza ni desemejanza. No tiene un lugar fijo, ni se mueve; no reposa. No se le puede atribuir potencia, ni es idéntica con la potencia, ni con la luz. Ni está viva, ni es idéntica con la vida, ni con la luz. No es Ser, ni eternidad, ni tiempo, ni puede ser comprendida ni conocida por el pensamiento; ni puede ser equiparada con la verdad, ni con el poder, ni con la sabiduría. No es ni uno, ni unidad, ni divinidad, ni bondad; tampoco es espíritu en el sentido en que entendemos esta expresión, ni puede ser equiparada con el hecho de ser hijo ni con el de ser padre, ni con ninguna otra cosa, ni con ningún otro ser del que podamos poseer conocimiento. No pertenece ni al ámbito de lo que no existe, ni al de lo que existe. Se sustrae a cualquier determinación, denominación y conocimiento. No puede ser equiparada ni a las tinieblas ni a la luz, ni al error ni a la verdad. No se le puede atribuir ni dejar de atribuir nada."
O resumido todo en un poema del Poeta:
Que suave é o ar! Como parece
Que tudo é bom na vida que há!
Assim meu coração pudesse
Sentir essa certeza já.

Mas não; ou seja a selva escura
Ou seja um Dante mais diverso,
A alma é literatura
E tudo acaba en nada e verso.

Muchas gracias.

Daniel Vera,

Córdoba 2013