FINALIDAD
SIN FIN
Me voy a permitir repetir algunos
lugares comunes acerca de las relaciones entre dos o tres actividades humanas
antes de leer un poema, o algo así, que puede entenderse como un corolario o
una respuesta a esos estereotipos. Desde tempranos tiempos manifestaciones
filosóficas, sean epistémicas o prácticas,
o bien han excluido la poesía (en un amplio sentido de la palabra) del
conocimiento y la justicia o bien han pretendido asimilarla a uno o a otra, o a
ambos. Heráclito, con su habitual mal humor, despotricaba: “Un saber
múltiple no enseña la sabiduría. Si no, la hubiera enseñado a Hesíodo y a Pitágoras,
a Jenófanes también, y a Hecateo”,
maravilla retórica muchas veces repetida en la que se asimila el pensamiento
del adversario a la ignorancia del poeta, pero no se quedaba ahí, sino que
condenaba: “Homero merece que se le
expulse de los juegos públicos y aun ser apaleado, y también Arquíloco”. Los motivos de Heráclito contra los
liróforos eran, según los entendidos, análogos a los de un discípulo de su
discípulo Cratilo, el célebre Platón, quien ponía fuera de la jurisdicción de
su República tanto a los poetas líricos que se demoraban en su intimidad y no
atendían a las preocupaciones comunes, como al mismísimo Homero, maestro de la
épica, por empezar su canto declarando las miserias de la guerra:
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta
que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas
valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves
lo que cumplía también una función negativa
respecto a la defensa de la ciudad y a los valores de la guerra (no debe
olvidarse que el hipotético rey filósofo surgía de la casta de los guerreros:
diríamos hoy que la filosofía era un posgrado del Colegio Militar), trayendo
pesar sobre madres que habían perdido sus hijos, viudas, huérfanos y demás
deudos, y en general dejaba fuera de las murallas y la ley a los autores de
ficciones, incluso los autores de ficciones realistas, por apartarse de la
justa y debida verdad, que era sin más la verdad de la filosofía platónica, de
cuyos cultores saldrían, según se afirma en El banquete, los
mejores cómicos y los mejores trágicos, que serían según colijo aquellos poetas
admitidos en la República para cantar la gloria de dioses y héroes locales y
anatematizar todo lo que apartara de su culto. Aristóteles, algo más sutil,
pero no sin recordar en su momento la fama de mentirosos que tenían los poetas,
le asignó a la poesía un mayor grado de cientificidad que a la historia, al
asignarle un campo más universal que el de los meros hechos, el ámbito de lo
posible, giro con el cual le sustraía el
conocimiento de la cruda verdad , ya sea porque exageraba las virtudes en la
tragedia o porque agigantaba los defectos en la comedia. Y así, sucesivamente.
Hasta llegar a Hegel, que le dejaba un alcance epistemológico superior al de la religión y al de las ciencias
experimentales, pero inferior al de la razón, poiesis de imágenes para sujetos incapaces de conceptos y que
debían conformarse con meras figuras, discurso sorprendentemente semejante a
los que sostendrían después un Frege o un Carnap. En el otro extremo de la
parábola se yergue Heidegger, para quien la poesía es la verdadera filosofía,
poder demiúrgico que disemina el ser sobre los opacos entes, va más allá del
romántico poder legislador que pretendía otorgarle Shelley, y reúne la
inocencia con el peligro, lo cual implica una estetización de la práctica, que
no me parece en grado alguno recomendable, vistos los ejemplos del artista
Claudio Nerón o del pintor Adolf Hitler
o de otros que han concebido la política
como espectáculo y al espectáculo como literalidad y no como metáfora. Entre
tantos, y a mi juicio y en la crítica de mi juicio descuella Kant, quien
comprendió tanto la mutua autonomía de la actividad científica y la actividad
práctica, aun cuando otorgó primacía a esta, como la autonomía de la actividad
poética (si es que nos atrevemos a llamarla así, siguiendo el uso de Oakeshott,
quien en el siglo pasado reafirmó la pluralidad de voces en la conversación de
la humanidad) frente a los fines tanto científicos como morales y políticos.
Esa ‘finalidad sin fin’ urdida en la Crítica del Juicio coincide, desde mi
punto de vista, con la postura de Heráclito y de Platón, aunque difiere en el
énfasis, quizás porque Kant propendía a la paz y al pluralismo y para aquellos
griegos ‘pólemos’ no era sólo un tropo. La poesía no obedece, en efecto, ni a las
leyes de la ciudad ni a los preceptos de la ciencia, pero no es menester enojarse por eso, porque tampoco desobedece
esos mandatos: se trata de otro asunto. La poesía, en cuanto tal no interpreta la
realidad ni la transforma, sino que se toma vacaciones de ella: es la niebla de
Auden o el descanso del caminante de Bioy Casares, en fin, la Finalidad sin Fin.
Finalidad sin fin
Otros dirán la guerra y sus
metales.
Yo
he desertado y cruzo la frontera
Detrás de mi señora
pensativa.
Leopoldo Marechal
Quien
mire para ver, no vea nada.
Y que
el acaso premie la mirada
De
quien ve sin mirar, ojo inocente.
No tiene fin el ritmo del poema.
No
camina con rumbo definido.
No
busca la verdad ni nombra el ser.
No da
razón del hombre ni del mundo.
No
reclama justicia ni clemencia.
No
propone la paz ni la esperanza.
No
proclama la muerte ni el olvido.
No
repone los dioses ni el recuerdo.
No pide
la memoria ni la fama.
No
encuentra la medida ni el sentido.
No se
detiene, inmóvil, en el tiempo.
No
tiene fin el ritmo del poema.
No
niega por negar ni afirma nada.
El
poema de amor, aunque enamore,
No dona
el corazón ni condiciona
Con
sentimiento alguno su sentido.
Igual
que en el amor, en otros temas
El
mundo (lo que sea) le es ajeno.
Fábula,
se presenta como fábula.
Y
rechaza el deber, la moraleja,
Porque no
es su virtud, pues en tal caso
La más
alta virtud llega a ser vicio.
No se
nombra por otro. Es por sí mismo.
No
tiene causa. Tampoco tiene efecto.
Tal vez
no tiene ejemplo. No lo aduce.
Ni
cicatriz ni rastro del origen.
No
niega por negar ni afirma nada.
El
poema discurre su existencia
Como un
antiguo huevo cosmogónico
De sí
mismo a sí mismo en las palabras.
Crece
por negación de cada límite.
Converge
en afirmar su divergencia.
El
poema no reina en este mundo.
El
poema no inicia en los arcanos.
El
poema sin dioses contra dioses.
El
poema sin voz en la república.
Diferente
de todo. Sin excusa.
Su
actualidad desprecia la potencia.
No
quiere ser, no ser ni ser a medias:
Por
sólo ser, el ser le es irrisorio.
Y que
el acaso premie la mirada
De
quien ve sin mirar, ojo inocente.
No
opone las palabras y las cosas
Ni
confunde las cosas con palabras.
Se
conjuga tan sólo con palabras
Que
entre palabras crecen y florecen.
Que las
cosas se entiendan con las cosas.
El alma
con el alma. Dios con Dios.
Y el
poema sin fin con el poema.
No
niega por negar. No afirma nada.
Espléndido
jardín. Rosa sin tiempo.
Y todo
de papel, aire sin humo,
Guerra
sin sangre, fuego de artificio.
Instrumentos
inútiles, metáforas
Que no
buscan ni otorgan referencia.
Crepúsculos
eternos y baldíos.
La
palabra impotente y desvalida
Que no
arroja la flecha de la muerte,
Que no
inquieta la sangre de la amada,
Que no
mueve montañas ni hace luz,
Que no
estuvo al principio ni está al fin.
La más
vana. Y el aire se estremece.
Vibración
vertebral sólo poema.
Extremada
ficción. Escalofrío.
Peligrosa
inocencia, porque cruza
Los
límites morales; bien y mal
Ignoran
su figura y los ignora.
Indescifrable
don de la gramática.
No
encierra maldición ni bendición.
Finalidad
visible del poema:
No
tener fin motivo ni propósito.
Apuntar
al vacío. Traspasarlo.
La música
es el fin de la guitarra,
Pero el
fin de la música es la música.
Quién
mire para ver, no vea nada.
Que la
ceguera cubra su egoísmo.
Quien
se quiera mostrar, que se sepulte.
No hay
premio más precioso que el fracaso
De las
ansias serviles o servidas.
Ojos
para mirar, no los tenemos;
Pero
vemos y entonces nuestros ojos
Habitan
y toleran la mirada.
El
poema es visión en el idioma,
No
mirada tendida hacia una causa.
Sólo
porque hay poema, las palabras
Llegan
a ser estrellas y galaxias.
Y que
el acaso premie la mirada
Del que
ve sin mirar, ojo inocente.
Sin
buenos, y sin malos, sentimientos.
Al
margen del poder y de la historia.
Sin
amos. Sin esclavos. Sin negocios.
En el
ocio excelente del poema.
Finalidad
sin fin. Ala ligera.
Vuelo
del ángel libre y temerario.
Congoja
de herramientas y patrones.
Gracia
del arte y arte de la gracia.
No niega por negar ni afirma nada.
Permanente ocasión del infinito.
Daniel
Vera
Córdoba,
1982-2012