lunes, 1 de octubre de 2012

Finalidad Sin Fin



FINALIDAD SIN FIN

            Me voy a permitir repetir algunos lugares comunes acerca de las relaciones entre dos o tres actividades humanas antes de leer un poema, o algo así, que puede entenderse como un corolario o una respuesta a esos estereotipos. Desde tempranos tiempos manifestaciones filosóficas, sean epistémicas o prácticas,  o bien han excluido la poesía (en un amplio sentido de la palabra) del conocimiento y la justicia o bien han pretendido asimilarla a uno o a otra, o a ambos. Heráclito, con su habitual mal humor, despotricaba: “Un saber múltiple no enseña la sabiduría. Si no, la hubiera enseñado a Hesíodo y a Pitágoras, a Jenófanes también, y a Hecateo”, maravilla retórica muchas veces repetida en la que se asimila el pensamiento del adversario a la ignorancia del poeta, pero no se quedaba ahí, sino que condenaba: “Homero merece que se le expulse de los juegos públicos y aun ser apaleado, y también Arquíloco. Los motivos de Heráclito contra los liróforos eran, según los entendidos, análogos a los de un discípulo de su discípulo Cratilo, el célebre Platón, quien ponía fuera de la jurisdicción de su República tanto a los poetas líricos que se demoraban en su intimidad y no atendían a las preocupaciones comunes, como al mismísimo Homero, maestro de la épica, por empezar su canto declarando las miserias de la guerra:
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves
lo que cumplía también una función negativa respecto a la defensa de la ciudad y a los valores de la guerra (no debe olvidarse que el hipotético rey filósofo surgía de la casta de los guerreros: diríamos hoy que la filosofía era un posgrado del Colegio Militar), trayendo pesar sobre madres que habían perdido sus hijos, viudas, huérfanos y demás deudos, y en general dejaba fuera de las murallas y la ley a los autores de ficciones, incluso los autores de ficciones realistas, por apartarse de la justa y debida verdad, que era sin más la verdad de la filosofía platónica, de cuyos cultores saldrían, según se afirma en El banquete, los mejores cómicos y los mejores trágicos, que serían según colijo aquellos poetas admitidos en la República para cantar la gloria de dioses y héroes locales y anatematizar todo lo que apartara de su culto. Aristóteles, algo más sutil, pero no sin recordar en su momento la fama de mentirosos que tenían los poetas, le asignó a la poesía un mayor grado de cientificidad que a la historia, al asignarle un campo más universal que el de los meros hechos, el ámbito de lo posible, giro con el cual  le sustraía el conocimiento de la cruda  verdad ,  ya sea porque exageraba las virtudes en la tragedia o porque agigantaba los defectos en la comedia. Y así, sucesivamente. Hasta llegar a Hegel, que le dejaba un alcance epistemológico superior al  de la religión y al de las ciencias experimentales, pero inferior al de la razón, poiesis de imágenes  para sujetos incapaces de conceptos y que debían conformarse con meras figuras, discurso sorprendentemente semejante a los que sostendrían después un Frege o un Carnap. En el otro extremo de la parábola se yergue Heidegger, para quien la poesía es la verdadera filosofía, poder demiúrgico que disemina el ser sobre los opacos entes, va más allá del romántico poder legislador que pretendía otorgarle Shelley, y reúne la inocencia con el peligro, lo cual implica una estetización de la práctica, que no me parece en grado alguno recomendable, vistos los ejemplos del artista Claudio  Nerón o del pintor Adolf Hitler o de otros que han concebido  la política como espectáculo y al espectáculo como literalidad y no como metáfora. Entre tantos, y a mi juicio y en la crítica de mi juicio descuella Kant, quien comprendió tanto la mutua autonomía de la actividad científica y la actividad práctica, aun cuando otorgó primacía a esta, como la autonomía de la actividad poética (si es que nos atrevemos a llamarla así, siguiendo el uso de Oakeshott, quien en el siglo pasado reafirmó la pluralidad de voces en la conversación de la humanidad) frente a los fines tanto científicos como morales y políticos. Esa ‘finalidad sin fin’ urdida en la Crítica del Juicio coincide, desde mi punto de vista, con la postura de Heráclito y de Platón, aunque difiere en el énfasis, quizás porque Kant propendía a la paz y al pluralismo y para aquellos griegos ‘pólemos’ no era sólo un tropo. La poesía no obedece, en efecto, ni a las leyes de la ciudad ni a los preceptos de la ciencia, pero no es menester  enojarse por eso, porque tampoco desobedece esos mandatos: se trata de otro asunto. La poesía, en cuanto tal no interpreta la realidad ni la transforma, sino que se toma vacaciones de ella: es la niebla de Auden o el descanso del caminante de Bioy Casares, en fin,  la Finalidad sin Fin.

Finalidad sin fin


Otros dirán la guerra y sus metales.
Yo he desertado y cruzo la frontera
Detrás de mi señora pensativa.

 

Leopoldo Marechal


Quien mire para ver, no vea nada.
Y que el acaso premie la mirada
De quien ve sin mirar, ojo inocente.

No tiene fin el ritmo del poema.
No camina con rumbo definido.
No busca la verdad ni nombra el ser.
No da razón del hombre ni del mundo.
No reclama justicia ni clemencia.
No propone la paz ni la esperanza.
No proclama la muerte ni el olvido.
No repone los dioses ni el recuerdo.
No pide la memoria ni la fama.
No encuentra la medida ni el sentido.
No se detiene, inmóvil, en el tiempo.
No tiene fin el ritmo del poema.
No niega por negar ni afirma nada.

El poema de amor, aunque enamore,
No dona el corazón ni condiciona
Con sentimiento alguno su sentido.
Igual que en el amor, en otros temas
El mundo (lo que sea) le es ajeno.

Fábula, se presenta como fábula.
Y rechaza el deber, la moraleja,
Porque no es su virtud, pues en tal caso
La más alta virtud llega a ser vicio.

No se nombra por otro. Es por sí mismo.
No tiene causa. Tampoco tiene efecto.
Tal vez no tiene ejemplo. No lo aduce.
Ni cicatriz ni rastro del origen.
No niega por negar ni afirma nada.

El poema discurre su existencia
Como un antiguo huevo cosmogónico
De sí mismo a sí mismo en las palabras.
Crece por negación de cada límite.
Converge en afirmar su divergencia.

El poema no reina en este mundo.
El poema no inicia en los arcanos.
El poema sin dioses contra dioses.
El poema sin voz en la república.

Diferente de todo. Sin excusa.
Su actualidad desprecia la potencia.
No quiere ser, no ser ni ser a medias:
Por sólo ser, el ser le es irrisorio.
Y que el acaso premie la mirada
De quien ve sin mirar, ojo inocente.

No opone las palabras y las cosas
Ni confunde las cosas con palabras.
Se conjuga tan sólo con palabras
Que entre palabras crecen y florecen.
Que las cosas se entiendan con las cosas.
El alma con el alma. Dios con Dios.
Y el poema sin fin con el poema.

No niega por negar. No afirma nada.
Espléndido jardín. Rosa sin tiempo.

Y todo de papel, aire sin humo,
Guerra sin sangre, fuego de artificio.
Instrumentos inútiles, metáforas
Que no buscan ni otorgan referencia.
Crepúsculos eternos y baldíos.

La palabra impotente y desvalida
Que no arroja la flecha de la muerte,
Que no inquieta la sangre de la amada,
Que no mueve montañas ni hace luz,
Que no estuvo al principio ni está al fin.
La más vana. Y el aire se estremece.

Vibración vertebral sólo poema.
Extremada ficción. Escalofrío.
Peligrosa inocencia, porque cruza
Los límites morales; bien y mal
Ignoran su figura y los ignora.

Indescifrable don de la gramática.
No encierra maldición ni bendición.

Finalidad visible del poema:
No tener fin motivo ni propósito.
Apuntar al vacío. Traspasarlo.
La música es el fin de la guitarra,
Pero el fin de la música es la música.

Quién mire para ver, no vea nada.
Que la ceguera cubra su egoísmo.
Quien se quiera mostrar, que se sepulte.
No hay premio más precioso que el fracaso
De las ansias serviles o servidas.

Ojos para mirar, no los tenemos;
Pero vemos y entonces nuestros ojos
Habitan y toleran la mirada.
El poema es visión en el idioma,
No mirada tendida hacia una causa.
Sólo porque hay poema, las palabras
Llegan a ser estrellas y galaxias.

Y que el acaso premie la mirada
Del que ve sin mirar, ojo inocente.
Sin buenos, y sin malos, sentimientos.
Al margen del poder y de la historia.
Sin amos. Sin esclavos. Sin negocios.
En el ocio excelente del poema.
Finalidad sin fin. Ala ligera.
Vuelo del ángel libre y temerario.
Congoja de herramientas y patrones.
Gracia del arte y arte de la gracia.
No niega por negar ni afirma nada.
Permanente ocasión del infinito.

Daniel Vera
Córdoba, 1982-2012