sábado, 31 de julio de 2010

Poemas Prójimos. Nota

Poemas Prójimos es una invención reciente, y ensaya, quizá sin fortuna, ese destino de muchas invenciones, si no de todas, por el cual escapan a la voluntad del autor y, o bien no llegan a ser poemas -les falta esa pizca de no sé qué-, o bien son algo más que poemas, les sobra filosofía o moraleja o algún otro modo de la pesadez. Por supuesto, están bajo la admonición de Miguel Hernández y aspiran a formar parte del "Gran Todo de la Nada de los Casis".

Poemas Prójimos I

Tan lejos y tan cerca del poema.
Tan lejos de saber exactamente
Lo que sería el mundo sin la mente.
Tan cerca de ignorar ese problema

Y encerrarse en la nada del poema
Donde pueden calzar exactamente
Mente y mundo, y su espejo: mundo y mente,
Porque sólo hay palabras. El problema

Persiste. No adelanta la mudez
Del mundo solución, aunque tal vez

En el silencio inmóvil acontece
Cierta visión certera de las cosas,
Frágil acaso, música de rosas
Que sabe lo que ignora y apetece.


Poemas Prójimos II

Delgada apenas lámina separa
Mundo de ser de mundo de no ser.
Imita de ese modo todo ver
Y oculta distinción de voz y cara.

No tiene parecer. No se separa
Con engañoso gesto de su ser.
No hay voz para palpar, tez para ver.
Se ve clara su voz. Se oye su cara.

Pero palabra siempre por sí misma
Busca sin encontrar y al fin se abisma

De este lado o de aquel: nunca en la flor.
Tan poco, tan escaso lo que falta.
Yerra por baja cuando no por alta,
Aunque es la luz, la sombra y el color.

Poemas Prójimos III

Ya poeta perdido en laberinto
De vocablos perdidos, sin un mapa
Para buscar con método, se escapa
De cada incertidumbre por instinto,

Es decir, por azar. El laberinto
Finge a veces desorden, como un mapa
De ser todo no ser, y sólo escapa
En atávicas alas del instinto

Que algunos llaman fe y algunos arte.
Pero tampoco es todo, sino parte

De un enredo mayor: el universo.
Fuente o bien de placer o bien de espanto:
No tiene consistencia para canto
Y le sobra substancia para verso.

Poemas Prójimos IV

Ríes porque no alcanzo lo que alcanzo.
Menudencia menuda, casi broma
De quien se siente a salvo y no se asoma
Al vértigo de ver que mientras danzo

Me elevo para asir lo que no alcanzo.
Es menos que ilusión, menos que broma,
Simplemente el mirar de quien se asoma
Tan alto como puedo mientras danzo.

Está bien, ya te entiendo, siempre caigo
De nuevo, tal vez mal, pero no arraigo.

Digo: no todavía. Si no un vuelo
Por lo menos un salto más me queda
Para llegar tan alto como pueda.
Tierra a tierra. ¡¿Qué digo?! Cielo a cielo.

Poemas Prójimos V

Tampoco he sido nunca muy profundo
Y jamás he llegado muy abajo:
De lirios en delirios más bien ajo
Que azucena rampante sobre el mundo.

Puedo ser ingenioso, no profundo.
¿Y quién sabe si hay algo más abajo?
El sabor provenzal lo ponen ajo
Y perejil: lo sabe todo el mundo

Y alimenta mi dicha y mi cocina.
Más hondo no me meto. Mi vecina

Aprecia poco grandes inmersiones:
¿Qué ha de haber más allá de más allá
Que no haya más acá de más acá?
Esa no es una de mis obsesiones.


Poemas Prójimos VI

Profundidad y altura: superficie
Que se desplaza rápida y no baja
Ni sube más que ella, pero encaja
Razones y pasiones de molicie.

Inmóvil no hay ninguna superficie.
Superficie: no sube cuando baja
Ni baja cuando sube donde encaja
Profundidad y altura con molicie.

Los costados también son inmortales
Y también imposibles y fatales.

Quedan para lucir epifanías
Que salen desde arcanos al encuentro
De aquello que querrían llamar centro
Y está hecho de azares y agonías.

Poemas Prójimos VII

Más o menos es casi siempre más.
Exagerada hipérbole cohíbe
Más que discreta elipse. Se prescribe
Menos más y más menos: ras a ras,

Para que así produzca menos más.
Pero es menos de menos y cohíbe
Resultado preciso que prescribe
Difuso más o menos nunca al ras.

Por lo tanto el poema nunca es hecho.
De mucha actividad poco provecho

Se obtiene y no por ello se detiene.
Su busca indefinida continúa.
Minuciosa y sagaz y audaz actúa
Cerca de ese lugar a donde viene.

Poemas prójimos VIII

Procede, por lo tanto, sin efecto
A pesar de tener rasgos de causa.
Tal vez sea su transcurso sólo pausa,
No vínculo indirecto ni directo

Entre dos o más tópicos. Efecto
No produce jamás falta de causa.
Y no hay razón tampoco para pausa.
A lo mejor es símbolo directo

Del azar: solución paradoja
Que en confusión caótica se arroja

Con sombras sin razón en las palabras:
No distingue comedia de tragedia
Y con rituales cómicos asedia
El gemido vicario de las cabras.


Poemas Prójimos IX

Destinado su ser a no ser ser
Porque no hay arquetipo de poema,
Queda fuera de sí como un emblema
De su excentricidad. Falta de haber

Manera o modo propio de no ser
Sugiere la inminencia del poema.
La bandera de Glasgow es su emblema
Y ostenta don simpático: no haber.

Lo que más hay, por tanto, se acostumbra:
Sombra que oscurece y luz que alumbra,

Porque la sombra es sombra cuando es sombra
Y la luz no la toca ni ilumina.
Y la sombra a la luz no determina.
Pero vienen las dos si una se nombra.

Poemas Prójimos X

De lejos exhalaba perfecciones
O sola perfección de ser verdad
Unánime y certera. Necedad
De sacar apuradas conclusiones

A partir de intangibles perfecciones.
Lejana parecía la verdad
Tan bella como buena. Necedad.
Hay otras, necesarias, conclusiones.

De cerca, en cambio, no parece cierto
Y se disgrega en voces sin concierto

Y no atina con bien ni con belleza.
A lo sumo, mantiene la distancia
Y con menos locura que elegancia
Disuelve la ilusión y la certeza.

Poemas Prójimos XI

La falta de razón también existe:
A veces objetiva, subjetiva
Otras veces. Azar siempre deriva
Hacia el amplio camino del despiste:

Ilusión o certeza de que existe
Posición para nada subjetiva;
Oxímoron, figura que deriva
De una contradicción; mero despiste

De la segura vía de la ciencia.
O más grave quizás: evanescencia

De toda solidez en argumento
Que se tiene por sólido de facto,
Y es a penas falacia puesta en acto
Por gesto tan sutil como violento.


Poemas Prójimos XII

Cuando sepa que sabe que no sabe
En qué consiste límite asintótico,
Inalcanzable, próximo y despótico,
Tendrá todo el saber, y eso no cabe

Porque incluye saber lo que no sabe.
Suma entonces, trasciende lo asintótico
Y burlado por gesto tan despótico
El Poema es la busca que no cabe.

Tentativas, ensayos, conjeturas
Poéticas y tropos y figuras

Retóricas no alcanzan Su destino
O bien lo sobrepasan. La quimera
Y la esfinge se funden; desespera:
La primera se fue. La otra no vino.

Poemas Prójimos XIII

Ausencia de una Mónada de mónadas
Que supere y resuma el universo
Y dé razón de ser a cada verso.
Presencia del instinto de las gónadas

Que infatigables multiplican mónadas
En variadas especies de universo
Sin detener su paso en ningún verso.
Mero caos de mónadas y gónadas,

De intercambiables letras contingentes,
Todas ellas, por tanto, diferentes

Unas de otras. Sin causa ni motivo
Diagonal las asumo difundidas
Y por ninguna fórmula aprendidas,
Aparte del azar, torpe y esquivo.

Poemas Prójimos XIV

Excéntrico de mí, de ti, de sí.
Excéntrico, quizás, de todo sol
Cuyos pasos erráticos, sin rol
Aparente por el mundo seguí

Con falta de razones, porque sí
Sin llegar a ser satélite ni sol.
Ninguno de los dos en ningún rol.
También para seguir no lo seguí.

Pero estaba y está como un espejo,
¿Cuál el original?¿Cuál el reflejo?

Tal vez en rededor no haya planetas
Ni cielo ni candor paradisíaco
Ni siquiera un rumor afrodisíaco
Parecido al poema ni poetas.

Poemas Prójimos XV

Exactamente igual a casi nada.
Exactamente igual a casi ser.
Balance en el haber con el deber
Y la causa perdida con la hallada.

Igual en el decir todo que nada
Porque no es ser de ser ni de no ser
Y está siempre cumplido su deber
Aunque nunca su acción de por hallada.

Queda en el potencial o el subjuntivo
Y sería si fuera tentativo,

Pero no llega a ser o sobrepasa
Su límite y medida. Vagabundo
De andar apenas móvil por el mundo
Reposa casi inmóvil en su casa.

Poemas Prójimos XVI

Nadie sabe quién es y nadie es
Quién dice ser o cree ser. Ninguna
Palabra ni concepto aprende una
Individualidad. Antes y después

De decir o saber se da quién es
Sin saber ni decir y no hay ninguna
Manera de poner aquello en una
Palabra o una frase que después

No sepa o diga más de otro u otros
(Cualquiera de nosotros o vosotros)

Que del único y solo que se ignora
Y calla su ser y no ser y existe
Aparte de las máscaras que viste
Y que son todo lo que sabe y ora.


Poemas Prójimos XVII

Si hubiese un movimiento imperceptible,
¿Quién podría saber si algo se mueve?
¿Quién podría decir que ahora llueve
Y volver lo que dice inteligible

Si lloviera de modo imperceptible?
El movimiento es algo que se mueve:
Vista, tacto y oído cuando llueve
Hacen la voz 'llover' inteligible.

Hay tal vez movimiento dulce y suave
Que promete quietud en vuelo y ave

Y dice no poder ser percibido,
Pero es sólo un engaño, una figura
Para esa suavidad y esa dulzura
Que no quieren llegar a ser olvido.

Poemas Prójimos XVIII

Resabio de memoria por olvido
Y resabio de olvido por memoria;
Apenas vislumbrada pena o gloria
Y ninguna certeza de haber sido.

Dice casi no ser su ser olvido
Y dice casi ser su ser memoria.
Acaso no fue pena ni fue gloria
Y es ser lo que no fue no ser lo sido.

Ah, pequeñas injurias sin efecto
Y grandiosos sucesos con defecto:

Puede ser ser de más por ser de menos
Y ser menos por más en otro caso.
Así llegan silencios paso a paso
A ser más elocuentes y más plenos.

Poema Prójimos XIX

Revelación a medias por el medio
Que ningún fin o término consuma
Y se deshace en sombras y en espuma
Y aumenta los depósitos de tedio.

Ocultación de todo medio a medio
Porque nada del todo se consuma
Y disemina símbolos de espuma,
Apenas expresión de gris y tedio.

A buen entendedor, pocas palabras
Anuncian con parábolas macabras

Escenarios sin fin del fin del mundo.
Y hace tanto que el mundo ha terminado,
Porque el mundo en el mundo está encerrado
Y nada da más alto ni profundo.

Poemas Prójimos XX

Casi mal. Casi bien. Punto cercano.
Punto siempre inexacto, indefinido,
Que no llegará a ser y que no ha sido
Sino punto vecino: Casi humano.

Por eso mismo, prójimo, cercano
Del límite puntual. Indefinido,
Sin embargo, por todo lo que ha sido
Y por lo que será: Menos que humano,

O tal vez poco más. Falta o exceso
Castiga su lección. Fallido peso

Que conduce caída con su falla:
Caída que parece tan precisa
Y no obstante en el límite, indecisa
Extravía su blanco o su batalla.

NO TODO ES MENTIRA EL NO DECIR LA VERDAD

“(Mrs. Headway) No tenía reparo en decir mentiras,

pero ahora que estaba empezando de nuevo no quería

decir más que las necesarias. Le hubiera encantado que

fuera posible no decir absolutamente ninguna.

No obstante, unas pocas eran indispensables, y no

es preciso que intentemos analizar con más

minuciosidad los ingeniosos reordenamiento de hechos

con que entretenía y engañaba a Sir Arthur.”

Henry James

El sitio de Londres

Oscar Wilde se quejaba de la decadencia de la mentira, y esa decadencia se expresaba según él en la creciente vaguedad de la palabra mentira, en su auge social, que llevaba a llamar mentira a las cosas más dispares y la retiraba del juego de la imaginación. En lugares clásicos de Platón y Aristóteles el poeta era el paradigma del mentiroso, en tanto que en estos días, los de Wilde y los nuestros, ese paradigma se ha desplazado hacia el político y el periodista. Con hipérbole rioplatense, un desengañado personaje de Discépolo decía que ‘todo es mentira’, pero con notable intuición conjuntista no incluía en ese todo a su propia afirmación, ya que pretendía estar diciendo la verdad. En lo que llevo dicho, hay por lo menos, tres niveles a considerar en tanto que mentira se opone a verdad, uno de ellos implícito, el semántico, y dos explícitos, el epistémico, y el pragmático. Mi intención es describirlos y apreciarlos, con el propósito de establecer una jerarquía en las relaciones entre ellos.

Semántica, epistémica y pragmática

Muy poco y por demás insuficiente es lo que se puede decir de la mentira desde el punto de vista semántico; bastará para mi propósito una formula simétrica a la llamada convención T, ya que aquí sólo podemos caracterizar a la mentira como la negación de la verdad, por tanto, la convención M reza: “‘p es mentira’ si y sólo si no p”. A todas luces el esquema no alcanza para caracterizar todo lo que habitualmente llamamos mentira y nada más que lo que habitualmente llamamos mentira, pues lo que queda precisado como ‘mentira’ coincide con una noción más amplia, la de falsedad, que abarca también errores, metáforas, ironías y otros usos oblicuos del lenguaje. Tengo para mí que tampoco es necesario que se cumpla M para que p sea mentira en sentido pragmático, pero sí se requiere la posibilidad de que M sea el caso.

Desde el punto de vista epistémico se agrega la actitud proposicional y se llama mentira decir lo que no se cree que sea el caso, con la salvedad de que no se tiene intención de engañar. ‘Se dice “p” si y sólo si se cree “no p”, esta sería la ley magna de una leal comunidad de mentirosos, que epistémicamente no engañaría a nadie. El resultado se haría lógicamente irrelevante con la sola aplicación del principio de dualidad a los dichos de los interlocutores, aunque aumentaría la vaguedad de algunas expresiones habituales; en efecto, en dicho medio citar a alguien, por ejemplo, a las 6 de la tarde del 6 de junio de 2006 en el punto 6, significaría afirmar una disyunción posiblemente infinita de lugares, fechas y horarios alternativos (en el supuesto de que la cita y los modos de fijar referencias espacio-temporales estuvieran exceptuados de la constitución); si por razones de funcionamiento, como inevitablemente ocurriría, se tuvieran que abreviar las expresiones, quien quisiera ser puntual y preciso, para no engañar a nadie, diría algo así como: “te espero cualquier día, en cualquier parte, a cualquier hora, menos el 6 de julio de 2006 a las 6 de la tarde en el punto 6”. En el supuesto de que la cita y los modos de fijar referencias espacio-temporales no estén exceptuados de la convención ‘M’, se tendría que negar también estos elementos, pero en todos los casos habría que llegar a una constante, lo que podría llamarse una aplicación del principio de sinceridad: en el extremo, a que el principio constitucional ‘se dice “p” si y sólo si se cree “no p”’ es verdad para cualquier p, porque de lo contrario tendríamos un conjunto inconsistente, en el que no habría posibilidad de establecer si el caso es “p” o “no p” y, siquiera por azar, no podríamos excluir la posibilidad de engañar a alguien, tal vez a nosotros mismos, pues no sabríamos cual es la creencia que tenemos que atribuir, pues lo que la aplicación hermenéutica del principio de dualidad nos daría, sería siempre una tautología o una contradicción, es decir, valga el Tractatus, ninguna información sobre el mundo.

Desde el punto de vista pragmático la esencia de la mentira es el engaño, y como acto lingüístico no tiene lugar si no es exitosa: lo que se dice ha de ser creído por el interlocutor para que la intención no sea fallida. Quiero decir que la mentira, como toda emisión lingüística según Davidson, persigue en cada caso un fin no lingüístico, y su éxito se mide por la capacidad de alcanzar ese fin; la ley moral desaprueba, urbe et orbe, la mentira como procedimiento para alcanzar esos fines, pero la costumbre la legitima en no pocos casos. Ahora bien, cuando uno descubre que ha sido engañado experimenta un tipo singular de malestar, que puede llamarse decepción, desencanto o, simplemente, desengaño, que a su vez puede manifestarse en ira, resentimiento, depresión, etcétera, en suma, pasiones que degradan la convivencia, de ahí que desde temprano se haya intentado proscribir la mentira como práctica social; no se puede dejar de notar, sin embargo, que estas pasiones pueden ser provocadas por otras faltas a la verdad que no incluyen la intención de engañar y que, por lo tanto, no pueden calificarse pragmáticamente como mentiras: la equivocación, la metáfora, la ilusión. Esto es, la mentira no puede identificarse por la apelación a sus efectos, y como las intenciones (las ajenas y, si creemos al psicoanálisis, muchas de las propias) no son evidentes en los enunciados, se concluye que no hay reglas para mentir y, simétricamente, no hay reglas para desarmar la mentira, puesto que la mentira no es vencida sólo por la verdad, sino que a veces es derrotada por una mentira mejor. Desde este punto de vista, sobre el que pesa la sombra de Donald Davidson, lo único que se puede establecer son las condiciones de la mentira, que son, con paradoja y todo, las mismas condiciones semánticas y epistémicas que las de la sinceridad: (1) una oración puede ser verdadera o falsa, según describa o no lo que es el caso; (2) quien la profiere puede creer o no que describe lo que es el caso; (3)el hablante y el oyente comparten una multitud de creencias verdaderas acerca del mundo, pero el intríngulis pragmático está en (4) la intención con la que se profiere: busca engañar al interlocutor, y (5) tiene éxito. En lo que sigue voy a repasar algunos lugares, unos más comunes que otros, sobre la mentira para mostrar cómo operan estas condiciones.

Son demasiado ignorantes para que yo los engañe

En la Grecia arcaica, de acuerdo con Marcel Detienne, había ‘maestros de verdad’, esto es, lugares sociales desde los cuales y sólo desde los cuales, se decía la verdad, que era la palabra memorable (a-letheia, sin olvido), los cuales eran el rey de verdad y justicia, los oráculos y los poetas de verdad; estos últimos eran los más frágiles, ya que no tenían asegurado a priori el valor de sus dichos, sino que dependían de que fueran recordados y repetidos en la tradición oral. Con la llegada de la escritura, el auge del comercio, la democracia y la filosofía, esos lugares comenzaron a diseminarse: ‘todo está lleno de dioses’ dicen que decía Tales de Mileto, lo cual equivaldría a decir que la verdad, y por lo tanto: la mentira, podía proferirse desde cualquier lugar. Los filósofos pronto trataron de apropiarse de los lugares de verdad y buscaron expulsar de ellos a oráculos, sofistas y poetas. Estos últimos, perdida su condición sagrada de voceros de la verdad, se dedicaron a cantar, remuneración mediante, la gloria de los triunfadores, no sólo en las empresas guerreras, sino también en las comerciales y deportivas. Se convirtieron, con perdón de Wilde, en una especie de periodistas, y adquirieron, con el pago que recibían, fama de mentirosos: falsificaban genealogías y registros. Su verbo, sin embargo, era convincente y lograba engañar a muchos, pero no a todos. Así fue que a Simónides le reprocharon cierta vez que no lograba engañar a los beocios, a lo que el poeta respondió que los beocios eran demasiado ignorantes para ser engañados por él; la ‘ignorancia’ marca la diferencia de creencias acerca del mundo en aspectos cruciales de sus dichos, en el sentido que los beocios profesaban creencias que Simónides reputaba falsas y viceversa; además, tenían la costumbre de no creer los dichos de los extranjeros.

“Se puede engañar a pocos durante mucho tiempo y a muchos durante poco tiempo, pero nunca a todos para siempre”

La cuestión para el mentiroso o los mentirosos en su más cruda práctica, cualquiera sea el fraude que promueven, suele ser relativa al tiempo durante el cual puede mantenerse el engaño, a la cantidad de personas susceptibles de ser engañadas y al número de personas que se tiene interés de engañar. La estrategia más simple consiste en aislar socialmente a los engañados, de modo que no tengan acceso a fuentes de datos independientes, y si no se puede impedir esa defensa, se propiciará el descrédito de las otras voces; engañar a uno es más fácil que engañar a dos etcétera, y una conspiración de mentirosos, por ejemplo: una banda de estafadores, tiene más probabilidades de éxito que un individuo solitario. Las analogías con la defensa de lo que se cree verdadero no son casuales, ya que la mentira es simulación o parodia de la verdad, de ahí aquello de que la verdad es una mentira socialmente aceptada, lo cual no es del todo cierto, ya que si bien hay falsedades o ficciones tomadas como verdades públicas, en muchos casos son sostenidas con sinceridad y sin ánimo de engañar; estas creencias falsas, si compartidas, han de ser tenidas en cuenta por el mentiroso, aunque no crea en ellas, tanto como las verdaderas para tener éxito en su gestión, de modo que el aislamiento social que propicia para sus víctimas incluye apartarlas de aquellos que no compartan sus creencias sobre el objeto de su mentira, en lo esencial que no tengan contacto con lo que él tiene por verdadero. Al respecto, hay una referencia atribuida a San Agustín, que no he podido rastrear, según la cual un predicador persuasivo que no creyera en la verdad de lo que predica, no debería dejar por ello de predicar, ya que el bien producido por la verdad de la prédica compensaría con creces el mal de su mentira (lo que sí he podido comprobar es el siguiente dicho del obispo de Hipona: “Si alguno, partidario de los epicúreos, y que piensa que el alma es mortal, reproduce los argumentos expuestos por los sabios a favor de su inmortalidad en presencia de un hombre capaz de penetrar lo espiritual, el oyente juzgará que el epicúreo dice la verdad; pero el epicúreo ignora si es verdad lo que dice, antes bien lo cree falso”[1]

¡Miente y miente, que algo quedará!

En la época de la comunicación de masas y de la propaganda en gran escala, la mentira pública, aquello que el poeta irlandés llamaba la era de la decadencia de la mentira, lo que ha decaído es el modo de proteger a la mentira de sus críticos, que se ha reducido drásticamente a dos argumentos: cubrir la mentira con otra mentira y repetir esas mentiras hasta el cansancio, descuidando su elaboración y hasta su consistencia, a tal punto que una mentira masiva elude a veces hasta el requisito de la verosimilitud, como se deja ver en ámbitos tan disímiles como los discursos políticos y los regímenes para adelgazar. En el sustrato del éxito, pese a su reiterada aplicación, de la fórmula ministerial se halla la voluntad que tiene el público de ser engañado, lo que suele llamarse la ‘necesidad de creer’, porque el estado de cosas enunciado por la mentira coincide con sus deseos o es conveniente para sus intereses, aunque esta convicción no siempre sea ‘sincera’, esto es sentimental o ideológica, sino que a veces constituya una complicidad con el mentiroso y tienda a sacar provecho deliberado del engaño, con el chantaje directo o con el recurso un tanto más sutil de engañar al engañador para hacerlo caer en la red de su propia mentira.

en la boca mentirosa

es la verdad sospechosa”

Mentir consuetudinariamente no es recomendable para el éxito de la mentira, como lo sabemos desde que nos contaron la historia del pastor y el lobo, o dicho de otra manera: la fama de mentiroso exige –o exigiría, en un mundo más riguroso- mayores refinamientos y precauciones a la hora de mentir, uno de ellos: decir la verdad a sabiendas de que no va a ser creída. Por lo tanto la estrategia del mentiroso tiene dos aspectos, por lo común cumplidos: el primero, cuidar su prestigio, adobarlo con todos los aliños de la veracidad, no mentir innecesariamente ni sobre materias alejadas de su propósito; el segundo, alabar a otras personas reconocidas por su veracidad o su conocimiento, lo que se llama su confiabilidad, y censurar a otras como mendaces, en especial a aquellas que podrían interferir en sus propósitos.

“Voy a ser sincero”

El anuncio de sinceridad, por su significado, debería ser utilizado para preceder enunciados que se tienen por verdaderos, gesto retórico paradójico en ese caso, ya que implicaría el hábito de no ser sincero por parte del locutor, por lo que rara vez se lo usa sin más con ese fin; por el contrario, suele ser empleado para reforzar la credibilidad de una mentira o, lo que es más común, para omitir faltas a la verdad que no se dejan catalogar en el rubro de mentiras, dado que son requisitos de comportamientos sociales recomendados: el protocolo, la cortesía, la modestia, la discreción, etcétera; esto incluye todos los tratamientos formularios: “su eminencia reverendísima”, “miembro de la honorable cámara”, “distinguido profesor”, “de mi mayor consideración” y demás, que en algunas circunstancias son obligatorios, pero cuya coincidencia con las creencias del locutor es improbable. La ‘sinceridad’ de tal modo proclamada puede prestar, por tanto varios servicios a la vez, por ejemplo, proferir frases desagradables, con independencia de que sean o no el caso: `te voy a ser sincero, esa ropa te queda mal`, aunque no oculte la envidia de ver al amigo vestido con un traje de Armani.

El truco y cómo jugarlo

La buena educación aconseja, pues, en muchos casos, faltar a la verdad, con lo que la franqueza acostumbra ser el justificativo de la guarangada, pero las normas sociales nunca son tan francas como para recomendar la mentira; sin embargo, no faltan en la educación, tanto formal como informal, reglas y entrenamientos para no decir lo que se cree que es el caso. En el juego, entendido a la manera de Vigotsky; “el niño juega a ser otro”, comporta una simulación deliberada, con una doble ficción: un niño dice ser alguien, policía o ladrón, y el otro (o los otros) finge creerle, suspensión momentánea de la incredulidad que preludia el intríngulis de la experiencia literaria, y es importante que esta ficción, como la el amigo invisible, se distinga de la ‘realidad’, pues se trata, según Brunner, de una distinción crucial cuya falta es indicio de desarreglo psicológico o social y, agrego, peligroso para el sujeto y para segundos y terceros. Por otra parte, mitos que también se destinan a los niños, como los Reyes Magos o el Ratón Pérez, servirían de preparación para la decepción, desilusión, desengaño o desencanto que es consecuencia de descubrir que lo que uno creía no era el caso, esto es, para ir teniendo en cuenta que aún las personas más confiables pueden no decir la verdad y que no siempre se engaña o se finge engañar con intenciones malignas y que a estas fábulas no les conviene el nombre de mentiras, por más que cumplan con las condiciones semánticas, epistémicas y pragmáticas de la mentira. Pero hay juegos adultos, como el truco o el póker, que además del azar de las cartas incluyen una porción de estrategia y esta estrategia es la estrategia de la mentira; cierto es que todo juego entraña una suspensión de la verdad, de la ‘seriedad’, esa es la diferencia entre el ajedrez y la guerra, aunque en la estrategia bélica el engaño juega un papel tan importante como en el truco, y todavía mayor, ya que el jugador, para ganar o no ser derrotado, en algún momento puede ser obligado a mostrar sus cartas, lo que no ocurre por lo general en los enfrentamientos militares, donde las ‘armas secretas’, entre las que se cuentan los espías y la información, pueden ocultarse más allá del desenlace de una batalla, ya que si bien hay un término prefijado para una partida, no lo hay para la guerra, por más tratados que se firmen, ya que las convenciones no tienen el mismo vigor en uno y otro caso. La diferencia, marcada por el estereotipo, entre ‘decir lo que se piensa y pensar lo que se dice’ aporta un detalle tenido en cuenta por los interrogadores profesionales en la literatura policial: el mentiroso ‘piensa lo que dice’, sus respuestas no son espontáneas, muestra una necesidad ‘filosófica’ de no decir la verdad, de trabajar con hipótesis que no se cree que sean el caso, pero que no se pueden descartar de antemano a no ser por ingenuidad o, más de una vez por deshonestidad intelectual: considerar las alternativas es suponer lo que, en principio, se cree que no es el caso y estar dispuesto a aceptar las consecuencias. Pensar, en la medida en que es operar con signos (y no con ‘las cosas mismas’ o con sus sosías, lo que sería sinónimo de acción o de revelación) entraña fingir y esta ficción es central en la ciencia, el derecho, la política y el arte, por lo que la ‘no verdad’ no es sin más una mentira, aunque la falta de reglas para mentir, y recíprocamente, la falta de reglas para decir la verdad haga posible que erísticamente, con o sin buena fe, se pueda calificar de mentira la argumentación del adversario. Dicho de otra manera, el ideal moral de no mentir, sostenido de modo radical y sin discriminación, cuando implica decir sólo lo que se tiene socialmente por verdadero, lo que se llama ‘mentiras establecidas’ es un ideal conservador. Pero los efectos revolucionarios (el ‘éxito’) eventuales de una mentira o, de un mero error o equivocación, no alcanzan para transformarla en verdad, salvo bajo cierta interpretación. Si lo que va a ser creído es la interpretación del sueño, y no el sueño, lo adecuado parece la estrategia de Nabucodonosor: le pide al profeta que además de interpretar sus sueños imperiales, le diga también lo que ha soñado. Vale decir que Nabuco ya sabía lo de Nietzsche: sólo hay interpretaciones.

La mentira tiene patas cortas

Alguien podría decir que mi título es mentiroso y que ‘Las mil caras de la mentira’ describiría mejor la situación planteada, y hasta daría por probado el lugar común acerca del escaso alcance de la mentira: hasta aquí, no más; pero ese vislumbre también es engañoso: la braquipedia no impide que la mentira llegue lejos, tan lejos como se pueda imaginar, porque al igual que la exitosa Mrs. Headway, es hermosa y entretenida, tiene la lengua ágil y el aliento largo, y se sabe hacer desear.

Daniel Vera

Córdoba, 2007



[1] San Agustín, Del maestro, en Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1947, Tomo III, p. 751.